martes, 13 de agosto de 2019




IMPACIENTES

Las cajeras de súper (yo soy una de ellas) lidiamos a diario con la impaciencia y la mala educación. Lo que pasa es que no podemos decirlo porque nos caería una reclamación y nos pondrían de patitas en la calle. De modo que lo que hacemos es jurar en arameo para nuestros adentros y sonreír. Mucho y con dificultad a veces pero sonreír: una sonrisa de Oscar de Hollywood, os lo aseguro.
Yo tengo la ventaja de contar con esta ventanita que me permite poner en negro sobre blanco mis demonios y sacarle los colores a más de uno. No porque la vida nos haya puesto cara a cara, sino porque al leerme se da cuenta de que él es de esos y de que a lo mejor es hora de que haga propósito de enmienda. Y de que le pida disculpas a la chica cuando lo pille rebotado y le suelte a ella la bilis que no se atreve a soltarle a su jefe.

Pero a lo que vamos: que hoy estoy con los impacientes y no con los bordes. Que a veces son la misma cosa pero no forzosamente, porque cuando el impaciente es borde lo de la sonrisa se convierte en un acto de fe, y a veces una se alegra de estar en la caja y no en el mostrador de la pescadería. Por lo de los cuchillos digo...

El impaciente a veces ya lo es desde que llega: necesita hacer una pregunta, pedir una moneda para el carro... lo que sea, y se te planta al lado y te empieza a hablar mientras tecleas un código de trece dígitos al tiempo que le comentas al cliente que el número para pesar los plátanos es el 72 y que el respondes a tu compañera que si espera un poco le pasas unos cuantos billetes de diez. Insisto, todo al tiempo que tecleas el código. Que si ya eres disléxica como yo lo flipas en colores. 
Pues eso: que el recién llegado te dice lo de que hasta cuándo está de oferta la merluza. Y tú no le contestas al instante por lo del código, lo de los plátanos y lo de los billetes de diez. Y te lo repite otra vez en voz más alta. Y tú te paras entre el dígito 10 y el 11 y le dices, girando un poco la cabeza y sonriendo: “¿Puede esperar un momento, por favor?”, y o te pide disculpas o te pone mala cara, que de todo hay. En esto el de los plátanos se está poniendo nervioso porque la señora a la que estás atendiendo acaba de abrir la cartera y ha sacado un fajo de vales de descuento y tienes que mirarlos uno por uno, y luego además no le llega el dinero y hay que quitarle cosas que después hay que añadir de nuevo porque encuentra un billete de cincuenta en el fondo del bolso. El caso es que levantas la vista y ves que, de repente, la cola es kilométrica (es así como sucede). Llamas para pedir refuerzos y vislumbras al impaciente número uno que ha iniciado las escaramuzas para llegar hasta el inicio de la cola con su baguette. El tipo es un jubilado que utiliza la excusa del mal aparcamiento incluso los días que no hay grúa. Pero como lo ven mayor les da pena y lo dejan, los muy inocentes. Claro que esa acción desencadena la reacción por parte del impaciente montapollos, que es ese que empieza a refunfuñar a voz en grito para que la gente lo deje pasar. No tiene nada que ver este impaciente con los que tienen que ir a preparar la comida, puesto que por lo general se trata de algún quinqui de esos que van desaseados y pasados de alcohol y la peña se acojona. Los de la comida son más de vociferar porque la cola va lenta y se calman cuando llega otra cajera. También estos impacientes se suelen caracterizar por quedarse después de charla en la puerta del súper durante media hora. Pero esa es otra historia.

De todos modos, si tecleo estas líneas es porque esta mañana me he topado con uno de los casos más curiosos (ya alarmantes) de impacientes con que he tenido ocasión de tropezarme. Y es que, mientras todo el mundo esperaba a que mi compañera llegase a echarme una mano, un chaval que no llevará más de cuatro o cinco años afeitándose se ha colocado junto a mí con un paquete de bollos y dos euros y me ha dicho: “Mira, que solo llevo esto y hay un montón de gente”. Yo me he quedado mirando primero al chico y luego al personal con cara de decirlealgovosotros y la gente alucinaba. Le he preguntado si les había pedido permiso a todos los componentes de la fila y el chaval ha seguido a lo suyo, la moneda, los bollos y su puto egoísmo. Y yo, y puesto que nadie protestaba, he procedido al cobro y lo he visto marcharse, todo despreocupado, rumbo a la piscina o a donde puñetas fuese. Y he deseado fervientemente que no estudie nada relacionado con la geriatría porque no me gustaría que me tuviese que atender el día que yo vaya al asilo.

#‎SafeCreative‬ Mina Cb

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