lunes, 17 de diciembre de 2018




VÓTAME

Hace bastante tiempo que dejé de presentarme a concursos. No sé. Me dan mal rollo. Tengo la sensación de que sirven para que te roben las ideas. Y luego que no me gusta eso de dejar una obra rehén que no puedo mostrar durante el tiempo que dura el fallo del jurado. Que menudo nombrecito: fallo para el resultado de un concurso.

Pero a lo que voy: que reconozco que son útiles y esas cosas, y que durante mucho tiempo me presenté a unos cuantos y hasta me llevé algún premio. Y sin trampas, aún habiendo tenido, en una ocasión al menos, la posibilidad de hacerlas. Pero de repente me entró la paranoia. Eso de que tú mandes el texto y hasta que no se decide si ganas o no no lo puedas usar... Y que lo vea tanta gente. Que no es porque lo plagien, pero que mira, a lo mejor tu idea le mola a alguien que lo hace mejor y te la copia. Y se saca unas perras. Y luego lo peor, que es lo que nadie dice pero todo el mundo sabe.

Y es que no hay concurso limpio. 

Sobre todo desde que internet existe. Antes ya era jodido, pero ahora es el acabóse: la peña se presenta a los concursos y te bombardea con el vótame vótame. Joder, que digo yo que si te consideras lo bastante bueno, igual no hace falta que frías a tus colegas con mensajes. Porque puedes provocar el efecto contrario al que buscas. Yo, de hecho, no voto por sistema a quienes me piden el voto. Es un acto reflejo. Ni me molesto en abrir el enlace. Borro el mensaje y a tomar por saco. De hecho, hace unos años tuve una bronca cósmica con un chaval que me pidió el voto sin apenas conocerme. Era uno de esos concursos de voto popular en los que no se sabe quién es el autor de cada obra. El chico, del que llevaba meses sin tener noticias, me mandó un mensaje aludiendo a mi sensibilidad y otras pamemas. Algo paradójico puesto que en una ocasión habíamos quedado en vernos para hablar de literatura y él no se presentó. Pero en cuanto necesitó votantes se acordó de mí y me mandó un mensaje en plan personalizado. Yo, que soy bastante pánfila, le voté, tonta de mí, y aquella misma noche supe que ese mensaje le había llegado a, al menos, una persona más. Me cabreé bastante y le escribí, diciéndole que me parecía poco ético. Y que si ganaba y eso se sabía le iban a retirar el premio. Y que si estaba tan seguro de la calidad de su trabajo, a ver qué necesidad tenía de hacer trampas. El muchacho se ofendió bastante y a mí me quedó claro que soy tonta perdida, puesto que al cabo de los meses el tema de la petición de votos apareció en un debate relativo al fallo del concurso y todos los participantes del mismo miraron hacia otro lado. Con lo cual supe que esto era como el capítulo de las uvas del Lazarillo de Tormes. 

… Y hasta ahí puedo escribir.

#SafeCreative Mina Cb

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