viernes, 14 de diciembre de 2018





NI ROMEO NI JULIETA

Molaba mucho al principio eso de la atracción fatal. La pasión y esas cosas. El morbo de lo imposible. O de lo improbable que acaba siendo probable y al hacerse posible se transforma en complicado con vistas al paraíso o la tragedia, según se desarrollen los acontecimientos. Y luego, a ver, que a esas edades en que la vida se vuelve previsible asumir un riesgo te puede quitar de golpe diez años de encima. Y que con tanto pesticida y tanto contaminante en las aguas de los mares y tanta hormona para engordar las vacas el día menos pensado te diagnostican cualquier barbaridad y te vas al otro barrio con lo puesto y sin haberle dado al cuerpo esa alegría. Y con las perras del plan de pensiones en el banco y sin poderlas disfrutar.

Así que se lanzó a lo kamikaze, a ver... y sin pensar en nada. Haciendo de su capa un sayo y pasándose por el arco del triunfo con lucecitas de colores las recomendaciones de sus amigos, las críticas de la familia y esos inquietantes indicios que anuncian lo que, más tarde o más temprano, sabes que va a llegar. Se implicó en esa historia hasta las trancas, sabiendo que para la otra parte la cosa no era más que un devaneo. Y que simplemente se dejaba hacer. Que si en la vida no había necesitado darle un palo al agua a ver por qué ahora sí. Con ese encanto y ese pestañeo y ese no sé qué... Y es que hay personas a quienes la naturaleza les regala un físico imponente y ya no necesitan nada más. Bueno, eso y rostro como para salir a un camino. Lo que pasa es que cuando te enamoras no lo ves. El rostro digo. Se pispan todos menos tú.

Y sucedió al final. Que se dio cuenta. Se le cayó la venda de los ojos cuando empezaron a llamarle del banco cada dos por tres. Se eslomaba a currar y no había manera. Y la atmósfera era cada vez más irrespirable. Así que se lió a lanzarle pedradas. Indirectas. Le insinuaba cosas pero nada. La beldad se sabía al mando de la nave e iba dando largas. Y besos, que es lo más efectivo en estos casos. Sobre todo cuando sentía peligrar su hegemonía. Un beso o un regalo y ya estaba la prórroga. Y si no el papel de víctima en plan rollo Capuletos y Montescos. Y lo del perro del hortelano, que cuando alguien te controla te da por pensar que es porque te quiere y no al contrario, así de gilipollas se vuelve la peña cuando pierde la cabeza. 

Tanto estrés le acabó por pasar factura. El corazón le pegó un susto de los gordos y vio la luz. No la blanca sino la otra. La de la realidad. Y en cuanto le dieron el alta se sentaron frente a frente y le confesó que se había dado cuenta de que no eran ni Romeo ni Julieta.

Y el cuento se acabó.

#SafeCreative Mina Cb

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