martes, 10 de octubre de 2017

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DAR LA CHAPA

Va a ser cosa de la edad, pero cada vez aguanto menos eso de que me den la chapa. Por el contrario, noto que el paso de los años me ha ido volviendo un poco menos bocachanclas y ya me lo pienso dos veces antes de soltar una verdad que pueda herir de forma gratuita... aunque en ocasiones no pueda remediarlo. Y la de tropezarme con un plasta suele ser una de ellas.

Tengo una migo que los cala a la primera, no sé cómo lo hace. Los pilla al vuelo y es especialista en hacerse el escandinavo y desconectar las conexiones auditivas mientras el resto sufrimos en silencio la tortura. Claro que yo, que soy muy de observar conductas para aprovechar lo positivo, he empezado a imitarlo. De hecho, la última vez que hube de compartir velada con uno de los mayores cansinos históricos de mi entorno, fui capaz de esquivar al tipo durante toda la noche sin apenas proponérmelo. Me salió de modo natural... en fin... o quizá algo tuvo que ver aquel momento en que me dijo eso de “si a mí no me interesa nada la vida de los demás” y yo le contesté “que te lo has creído” y me puso cara como rara y ya no me dijo nada más. Que igual fui un poco descortés y todo, pero oye, ya lo dice el refranero, más vale vergüenza en cara que dolor de corazón.

Y es que, o le pones coto al asunto desde los inicios, o la cosa puede tomar tintes de tragedia griega. Porque es que no hay quien los calle. Da igual cuál sea el tema de conversación: saben de todo. Y si no saben le dan un giro al argumento en cero coma; sin comerlo ni beberlo y aunque no venga a colación, siempre se acaba disertando acerca de la reproducción del cangrejo americano; aunque la peña intente hablar de Puigdemont. No hay forma. Ellos encuentran la manera: es más; cuando se les conoce se pueden llegar a montar porras exprés en plan acercarte a un amigo común y decirle al oído “a ver lo que tarda en decir que Puigdemont ahora quiere dar marcha atrás, como los cangrejos... o algo así”. El caso es arrimar el ascua a su sardina. Y, a ser posible, apestarle con el humo la ropa al personal.

De modo que ahora los esquivo. Si puedo. Y si no puedo, pues nada, suelto la bordería y me quedo como dios. Como hace poco, que nos cayó en una tertulia veraniega uno de esos que habían volado, esquiado, criado gallinas, regentado posadas, convivido con enfermos de cáncer... en fin, que no había tema de conversación que el colega no enganchase por banda para monopolizarlo. Hasta que yo, un poco harta del asunto, fingí un sofoco acongojante y empecé a echar pestes sobre la menopausia al tiempo que lo miraba, desafiante, y le retaba:

“Y ahora habla de la tuya, tontolaba”

#SafeCreative Mina Cb

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