viernes, 10 de febrero de 2017

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 EL TIEMPO DE LAS APUESTAS

Reconozco que echo de menos el tiempo de las apuestas. Mogollón además. Quiero decir el de las apuestas entre amigos. Las de bar en plan farruco. Esas que empezaban con una discusión tonta tipo en qué año ganó el tour Bahamontes y uno decía que en el 59 y otro que en el 58. Y ninguno de los dos se bajaba del burro hasta que intervenía el camarero y afirmaba que había sido el 57 y que aún encima su padre estaba allí porque su madre se había puesto de parto en plenos Campos Elíseos y él había llegado al mundo mientras Federico escuchaba el himno nacional. Y otro parroquiano decía que imposible, que el 58 no porque ese había sido el año en que lo suspendieron porque un gracioso robó la caja de los maillots amarillos y tampoco era plan de ponerles una bata de cuadros como la de los colegios. Y el de la mesa del fondo aseguraba que era el 60, porque había sido fin de década. Y un repartidor de gaseosas que acababa de entrar juraba por sus niños que había sido en el 56. Y como nadie llevaba un puto móvil con conexión a internet echaban ahí todos la mañana, o la tarde, o lo que fuera, discutiendo y debatiendo. Hasta que al final alguien gritaba eso de “¿qué te juegas?” y se hacía un silencio tipo ok corral. Y la peña fijaba al unísono sus torvas miradas en el par de insensatos que acababan de plantear el reto. Y uno decía: mil pelas. Y el otro: vale. Y no hacía falta ni notario ni ná de ná. Con la palabra de los apostadores y la presencia de los testigos era más que suficiente. Y entonces se iniciaba la tarea de investigación a través de enciclopedias, eruditos, hemerotecas y demás documentos fidelignos. Y al fin se daba con la clave: algún incondicional del astro del pedal que guardaba todos los recortes de periódico y ponía, negro sobre blanco, nombre al vencedor. Y era entonces cuando el interesado, fotocopia de la hoja del diario en mano, se presentaba en el bar y demostraba ante la concurrencia que tenía razón. Y cuando el perdedor, con la cabeza bien alta y estrechando la mano a su rival, sacaba la cartera y colocaba una sábana verde sobre el mostrador, momento en que el afortunado solía decir al camarero: “una ronda para todos”.

Y el billete jamás llegaba a casa.

#SafeCreative Mina Cb

Nota de la autora: Fue el 59

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