miércoles, 21 de septiembre de 2016

 


 ENVIDIA

Creo que se bace envidioso del mismo modo que se nace narigón o rubio. O poeta, que es lo que digo siempre. Vamos, que te toca y ya pueden darse por jodidos los que te rodean. Con la envidia. En fin, y puede que con la poesía también pero no es de eso de lo que quiero hablar ahora. La cosa (con la envidia, insisto) apunta ya desde la cuna y va a más en el colegio, cuando quieren apropiarse de aquello que les gusta, que en general es todo. Todo lo que no poseen. Porque lo que poseen les parece anodino y vulgar y lo ajeno, sin embargo, se les antoja irresistible. Hasta que lo tienen. Y se vuelve gris. Como ellos. Claro que la educación los domestica y en un momento dado dejan de apropiarse de pinturas y plumiers, más que nada porque el robo es un delito y está feo. Y aprenden a envidiar en silencio, como quien sufre de hemorroides. Y es entonces cuando esa envidia oculta los va royendo poco a poco y se convierten en unos cansaalmas que no pueden soportar ni de lejos la felicidad ajena. Que tampoco tiene por qué ser para tanto. La felicidad ajena digo. O sea que basta con que el objeto de su envidia tenga un curro, un techo que le cobije y poco más. Y si no tiene ni curro ni techo da lo mismo, porque entonces el envidioso envidiará su ociosidad. Y es que son de envidiar a todo el mundo y además por toda causa. Y de ir empeorando con la edad, que eso es aún peor. Sí, porque un envidioso joven siempre piensa que su destino puede dar un giro y se puede llegar a parecer a la persona a quien envidia, Sin hacer un solo esfuerzo además: esto es, el envidioso puede envidiar la posición social de alguien pero, en vez de trabajar para mejorar la suya, se queja continuamente de su suerte y se compara con los otros sin hacer nada por cambiar las cosas. Y claro, esto, con el paso del tiempo, lo convierte además de en envidioso en amargado. Y es precisamente entonces cuando el envidioso se vuelve un arma letal capaz de dinamitarlo todo: familias, círculos de amistades, ámbitos laborales... Y no hay lugar al cual las siniestras garras de la envidia no puedan acceder, corrompiéndolo y destruyendo su equilibrio. Claro que contra la envidia existe un poderoso antídoto que es la felicidad. La de los otros digo. La auténtica. La de las pequeñas cosas. Esa que hace volverse loco al envidioso intentando comprender cómo es posible que haya quien es feliz sin para ello necesitar compararse o ambicionar lo ajeno: la felicidad que surge de la paz con uno mismo y con el mundo. Algo que el envidioso no puede entender.

Porque la paz y la felicidad, sabedlo, están reñidas con la envidia.

#SafeCreative Mina Cb

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