miércoles, 5 de agosto de 2015



EL FIN DEL MUNDO

El impacto era inminente. Nadie sabía de donde había salido aquel enorme meteorito pero es evidente que era demasiado tarde para desviarlo. E intentar desintegrarlo en el espacio suponía un riesgo enorme para la población debido a los daños que la onda expansiva podría ocasionar. Nada se podía hacer. Nada salvo prevenir a la ciudadanía para que evacuaran sus casas y se concentrasen en los lugares habilitados al respecto con el fin de minimizar los efectos de la catástrofe.
Cundió el pánico y se desataron el caos y la angustia. Las calles fueron junglas invadidas por fieras salvajes dispuestas a despedazarse por conseguir una de las insuficientes plazas de los refugios. Algunos prefirieron quedarse en sus casas y pasaron esos días atrancando puertas y ventanas, reforzando techumbres y haciendo acopio de víveres. Los gritos y los llantos se escuchaban por doquier. No quedaba una sonrisa en aquella jaula de locos. Ya no se oían voces. Tan sólo las letanías de los noticieros suministrando datos sobre la catástrofe que se avecinaba, extendiendo el pavor y haciendo que los ecos de la desesperación trepanasen los tímpanos y se expandieran por el cerebro de las gentes, vaciándolo de cualquier cosa que no fueran el miedo y la impotencia.
Pero al fin nada fue de utilidad. La colisión fue imponente y pulverizó el planeta lo mismo que un martillo escacha una galleta. La ciudadanía contempló aterrada la llegada del negruzco meteorito que había sido detectado por los sistemas de vigilancia de la Nasa tres días antes a las 21,35, justo el momento en que ella y él se conocieron y se miraron a los ojos y, después de pasar toda la noche conversando, se fueron a casa de la chica donde se quitaron la ropa, apagaron los teléfonos y se olvidaron del mundo.
El apocalipsis los pilló dormidos. Desnudos. Abrazados.

Y no sintieron nada.

#SafeCreative Mina Cb

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