miércoles, 9 de enero de 2013




LA EPIDEMIA DE GRIPE
 
Aquel Invierno, la epidemia de gripe estaba siendo de una virulencia desconocida. Las autoridades se vieron obligadas a dar la alarma. Se cerraron escuelas, bares y centros de asistencia. Ni siquiera funcionaban los hospitales. Tal era el miedo al contagio que sus empleados se habían negado desde hacía semanas a acudir a su trabajo. Y más desde los episodios de los estornudos decapitantes. Y es que una enferma había perdido, literalmente, la cabeza. Así como suena. Se trataba de la cajera de un supermercado. Hallábase la afectada desarrollando su trabajo un Sábado por la tarde y, quién sabe si a causa del estrés de las más de siete horas seguidas escuchando el pitido del escáner o por el aturdimiento causado por los distintos perfumes con los que algunos de los clientes aprovechan la visita al súper para acicalarse, la moza sintió una incontenible y extraña irritación en la nariz. De natural escandaloso a la hora de liberar estornudos y habiendo sido apercibida de ello por sus superiores en algunos momentos ( y estando próximo a vencer su contrato de trabajo, todo hay que decirlo), la chica intentó contenerse con todas sus fuerzas. Casi estaba cerrando la cuenta, pensó. El cliente williamsvarondandyjaqkesbrummel no tardaría en irse, llevándose con él sus afrodisíacos efluvios y dejando paso, ya lo notaba, a una señora con olor a pis.
 
Pero la fortuna no estaba de su lado aquella aciaga tarde, y el hombre quiso asegurarse del precio de una maquinilla de afeitar. El asunto alteró a la señora pis, que comenzó a increpar a la cajera, acercándose peligrosamente a su cara. La joven cada vez sentía más y más escozor en la nariz, mientras mister mofeta y la señora pis iniciaban una bizantina discusión a la que la chica ya era absolutamente ajena. Sólo pensaba en controlar, controlar, controlar sus ganas de estornudar. Pero temía que no iba a se r posible. La consulta acerca de la maquinilla se iba demorando y su odorífero cliente, convencido de que la señora pis le aventajaba seriamente en caso de llegar a un enfrentamiento físico, se encaró violentamente con la chica, la sacudió por la solapas y empezó a zarandearla enérgicamente. Fue entonces cuando ella perdió el control definitivamente y ¡Aaaaatttttchíííííís! Soltó un violento estornudo. Tan violento que, por causas que se desconocen, su cabeza se separó del cuerpo y salió proyectada hacia arriba, dejando al desconcertado cliente con la boca abierta y, claro está al haber desaparecido la boca de la chica, sin una explicación acerca de la maquinilla.
 
En principio, todos pensaron que se trataba de un globo de gas pero, cuando la cabeza aterrizó sobre el mostrador de asesoría de juguetes y la dependienta emitió un penetrante aullido que alertó al personal de seguridad, todas las alarmas se dispararon. La situación devino rápidamente en incontrolable y, como aquejados por un virus incurabe, los clientes empezaron a emitir violentos estornudos y las cabezas comenzaron a salir despedidas sin control, chocando las unas con las otras y provocando a veces la expulsión violenta de ojos o lenguas de las mismas. Volaban por doquier gafas, piercings, pelucas o lentillas. Las madres buscaban las cabezas de los cuerpos que llevaban de la mano, los niños lloraban, los guardias de seguridad vigilaban las puertas...
 
El gobierno dio orden de que todo el mundo permaneciese en su casa y de que, sólo en caso de necesidad y con la cabeza bien sujeta, saliesen a la calle lo imprescindible. La situación era caótica y se convocó un gabinete de crisis que decretó la celebración de elecciones anticipadas a las que la gente pudiese acudir a votar sin cabeza. En fin, un desastre del que la nación se fue recuperando lentamente, como siempre, y que ya pocos recuerdan, porque al cabo de pocos meses se dio una epidemia de obesidad mórbida producida por el consumo de carne de ciervo malayo que eclipsó en los informativos a la gripe decapitante. Por cierto que la cajera consiguió encontrar su cabeza, le fue reimplantada y hoy presenta un talk-show en una televisión por cable.
Eso sí, exige que sus invitados acudan recién duchados y sin afeitar.
 
Por seguridad.

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