martes, 8 de enero de 2013




EL VOLUNTARIO
 
Hace días que no consigo encontrar dos calcetines iguales. Y eso no es lo peor; lo peor es que el jueves, buscando las llaves del coche, me tropecé con una dentadura de escayola metida en un sobre con un sello de dos pesetas de Franco. Y es que mi novio lleva tres meses de ERE, y ahora atraviesa la fase “vamosaarreglarloscajones”.... y me está volviendo loca, de verdad. Claro que esto es mucho más llevadero que hace un par de semanas, cuando le dio por archivar y clasificar las cuentas del súper. El caso es que yo estaba desesperada, al borde del colapso. Y además no podía decirle nada, porque el pobre lo único que intentaba es ser útil, pero claro, le pasa lo que a todos; como tiene tan poca costumbre, no hacía más que cagarla. Que volvía todos los días del trabajo acojonada; fijáos que el mes pasado, cuando iba camino de casa, vi pasar a toda leche un camión de los bomberos seguido de una ambulancia y de tres coches de policía y le llamé al móvil a ver qué había pasado. Afortunadamente era un simulacro de esos que hacen de vez en cuando los bomberos... ¡pero pasé un rato...!.
 
Reconozco que al principio hasta me vino bien...Tenerlo en casa digo. Cuando hicieron el expediente nos dijimos: “¡En fin! Qué le vamos a hacer. Peor es quedarse en el paro. Nos lo tomaremos como unas vacaciones...”; lo de siempre, vamos. Y así fue los primeros días. Yo le dejaba la lista de las cosas que tenía que hacer y cuando volvía a casa lo tenía todo limpio, había ido a la compra, lavado y tendido la ropa...
El problema comenzó cuando le cogió el tranquillo al rol de amo de casa y hacer eso ya no le costaba todo el día. Así que le sobraba tiempo. Y se aburría. Entonces fue cuando empezó a tener iniciativa propia.
Anteayer llego a casa y me encuentro los muebles del dormitorio metidos en el salón.
“¿Y esto?”- le dije.
“Es para que la cama esté orientada hacia el oeste y así puedas dormir mejor, cariño. Lo han dicho en el programa de la Igartiburu”.
Aquello me preocupó seriamente.
“Creo, amor- le dije- que necesitas ayuda”.
“Tranquila, -me contestó- Mira, he puesto bajo los muebles una sábana vieja espolvoreada con talco para arrastrarlos mejor. Ese truco lo aprendí en el programa de la Montero. Hay una sección de consejos estupenda.”
“Cariño,-comencé de nuevo, intentando aparentar una serenidad que me había abandonado hacía varios días- no me refiero a ´ese tipo de ayuda`”
“¿Qué pasa? ¿No te gusta? Pues no te preocupes, que vuelvo a ponerlo como estaba. Así ya de paso tapo el agujero que ha quedado en el dormitorio al trasladar el armario empotrado”.
 
La serenidad me abandonó del todo. Me volví hacia él y, haciendo un esfuerzo sobrehumano por avanzar sin romperme la crisma por aquel suelo lleno de talco, lo zarandeé por los hombros, gritando, fuera de mí:
“¡Bastaaa!... Haz como todos tus amigos: vete al bar, apúntate a un gimnasio, engánchate al féisbuk… Pero deja de cambiar los muebles de sitio, de esconderme los calcetines, de…”
 
Hasta ahí duraron mis reproches… Conforme yo iba calentándome me iba acercando a él, y él iba retrocediendo, de manera que en un momento dado pisó la alfombra de talco y si no está la puerta para frenarlo baja rodando por las escaleras hasta el sótano. Tuvimos suerte. Sólo se rompió una pierna y tres costillas.
 
Ahora está en la cama, la mar de quietecito. Yo sigo currando, y a la vuelta me ocupo de las tareas domésticas y de atenderlo. Pero creedme que no estoy ni la mitad de estresada.
Lo único que pido es que la lesión le dure hasta el final del ERE.

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