martes, 22 de enero de 2013



EL MANTRA


Contemplaba sus evoluciones, las piernas cruzadas, sentada sobre la cama, la cabeza gacha, los ojos hinchados por el llanto.

Y una frase que no se le caía de la boca:
“Te quiero”


La repetía una y otra vez, con devoción y al tiempo con desgana, sin esperanzas ya; como un mantra que ha perdido su sentido a fuerza de entonarlo; como las palabras mágicas que ya no consiguen hacer salir objetos del sombrero. La fórmula infalible se había convertido en un puñado de letras agrupadas; en un placebo que el paciente descubre y que, de repente, deja de curar.

 
Sólo cogió lo imprescindible. Y salió de la casa sin un gesto, sin un reproche.
Sin un mal portazo.

 Ella siguió, sentada, fijos los ojos en los dibujos de la colcha, ya sin lágrimas, sin voz.

Vacía el alma.

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