¡¡¡Y
ZAS!!!
Voy a
dejarlo, me digo…
Y me
apunto a terapias,
hago
yoga y pilates,
técnicas
orientales de relajación
mental y muscular.
Me
tumbo en el suelo,
las
rodillas flexionadas,
las
vértebras en línea,
el
cuello arqueado levemente,
la
cabeza elevada
y un
poco inclinada hacia atrás…
Y
cierro los ojos
y
respiro hondo
y
siento cómo todo mi cuerpo se relaja:
inspiro
y… ¡Zas!
los
dedos de los pies…
inspiro
y… ¡Zas!
los
talones…
inspiro
y… ¡Zas!
los
tobillos…
Más
tarde, zas… zas… zas…
las
piernas, las rodillas y los muslos…
Zas,
zas, zas…
las
caderas, el vientre, los dedos de las manos…
Zas,
zas, zas…
los
brazos y los hombros, el cuello, las orejas…
Zas,
zas, zas….
sólo me
falta ella
Y zas,
zas, zas…
Zas,
rezás y requetezás…
Y zas y
zas…
¡¡¡Y
zas he dicho!!!
Y nada,
no hay manera…
no hay
terapia que valga…
Abro un
ojo y miro en torno a mí:
toda la
gente dormita,
feliz y
relajada…
el
cuerpo distendido,
ausente
la cabeza, en fuga las ideas…
Y yo
que zas, zas, zas…
Y mis
sienes ardiendo,
y el
cráneo que ahora es una gran marmita
donde
hierven, bullentes,
bailonas,
juguetonas,
las
ideas que nunca echan la siesta,
que
nunca se van de vacaciones,
que no
entienden de zenes ni gurúes…
“Tengo
que hacerlo”, me digo…
“Tengo
que dejarlo…
Tengo
que ser normal, domesticarme,
tengo
que adormecer mi fantasía…
tengo
que relajarme”, me repito.
Y
entono el mantra…
“Oooooooommmmm”
y me
concentro,
y casi
lo consigo, pero el vuelo
de una
leve pelusa
me
trasporta al país donde las hadas
han
provocado
con el
fin de desorientar a los dragones
una
violenta tempestad de nieve
que
permitirá abrirse paso a un ejército de unicornios
que
finalmente abatirán al adversario…
Mi
cerebro y el zen… ese conflicto
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