viernes, 11 de octubre de 2013






LAS MODERNAS ODISEAS
 
No es cierto que la aventura habite solamente en la selva, o en el trópico, o en el culo del mundo. No es cierto que para vivir emociones fuertes haya que apuntarse al equipo de “Al filo de lo imposible”. No es cierto que para experimentar una odisea como la de  Homero sea necesario atravesar una buena parte del planeta.
 
No. A veces basta con montar en autobús.
 
Y es que sólo los que somos lo bastante pobres como para no poder permitirnos un billete en el Ave cada vez que tenemos que viajar al quinto pino conocemos lo que son las emociones fuertes. Ni punto de comparación, oiga, con toda esa parafernalia aséptica y paranoide de los aeropuertos, donde hasta te pasan un detector de explosivos por la escayola si viajas con un brazo roto. O con los andenes de alta velocidad, donde los perros te huelen, los polis te observan y los detectores te escanean. Y eso por no hablar de la enorme ventaja de que si vas en bus  tú puedes viajar con un cadáver dentro de la maleta que, mientras lo lleves bien embalsamado y no tengas la mala folla de que ese día hagan un control de policía, te puedes recorrer medio continente con el fiambre y aquí no ha pasado nada. Bueno sí, que te ahorras el ataúd especial y el transporte del finado, que cuestan un ojo de la cara.
 
Pero a lo que iba. Un viaje internacional en autobús le da sopas con honda el low-cost. Primero porque es más barato, segundo porque no te cobran un riñón si la maleta no cabe en el cesto para pollos habilitado al efecto y tercero porque si el chófer se pasa veinte pueblos puedes levantarte y abroncarlo hasta que te canses o hasta que te amenace con dejarte en la próxima parada. Y es que el cartelito ese de “prohibido hablar con el conductor” se lo pasa la gente por debajo del arco del triunfo.
 
Y luego ya está el ambiente, la calidad humana… Y es que una travesía de doce horas da para mucho. Hasta para que te pare la policía, metan al perro en el bus y se lleven la mochila de un chaval que alucina en colores porque lo más tóxico que lleva encima es una lata de cocacola. Y es que el pobre can estaría muy puesto en asuntos de narcotráfico, pero hasta al mejor sabueso le puede traicionar el instinto si le ponen delante un bocadillo de panceta. Claro que lo mejor es la cara de gilipollas que se le queda al madero cuando el conductor le dice que a ver si le dan de comer más a menudo al chucho porque van tres veces en un mes. Que ya les vale.
Pero lo cierto es que al final acabas haciendo amigos. A la fuerza pero acabas haciendo amigos. Sobre todo cuando tu vecino de asiento es un señor que no calla ni debajo del agua y que además es insomne y fumador compulsivo. Porque esa es otra: los fumadores que pretenden que el bus pare cada veinte minutos porque quieren hacer pis y acaban discutiendo con el conductor, que no es tonto y que se huele la tostada y que insiste en que él no va a hacer más paradas que las reglamentarias, oséase esas que tiene pactadas con las áreas de servicio donde, por el mismo precio, te puedes dar un paseo. En realidad es como salir a estirar las piernas por la Gran Manzana, sólo que en vez de entre rascacielos paseas entre camiones.
 
Estas paradas sirven también para comprobar cómo el ser humano puede aclimatarse a los ambientes más hostiles. De hecho, cuando tú llevas, qué se yo, nueve horas en el bus, te has convertido en una especie adaptada al hábitat. Sólo cuando sales al exterior te das cuenta de que existe una atmósfera paralela a la del habitáculo en el que hasta hace un minuto dormitabas de lo más tranquila. Y es que cuarenta personas, algunas descalzas, encerradas durante varias horas en un recipiente hermético con sus plátanos, sus naranjas, sus cervecitas, sus bocadillos de chorizo, sus halitosis y sus pequeños gases son la prueba a la que a mí me gustaría someter a esos sistemas de renovación del aire que llevan los cohetes de la Nasa.
 
En fin… que visto lo visto no entiendo yo cómo a ningún canal televisivo se le ha ocurrido aún montar un Gran Hermano dentro de un autobús en marcha.
 
Eso sí, lleno. Porque los concursantes se iban a dar de tortas para que los nominasen.

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