domingo, 13 de octubre de 2013


 
 
EL LECTOR
 
No pudo resistirse al magnetismo de su sonrisa y decidió cortejarla, pero dulcemente para no ponerla en fuga, como le había sucedido tantas otras veces. De modo que la fue rondando poco a poco, hoy un encuentro casual, mañana un dejarse caer por el café que frecuentaba intentando colocarse cerca y hacerse notar discretamente, sin alharacas ni miradas indiscretas. El hombre sencillo que leía a Borges en la mesa de al lado. Seguro que ella, amante de la poesía como era, se acabaría dando cuenta de que él existía.
 
Pero el corazón de ella estaba tan libre y tan revuelto que ni siquiera se percató de su presencia. Sobre todo cuando sus pupilas se fijaron en otra sonrisa que a su vez había reparado en la suya casi al mismo tiempo en que lo hicieron los ojos del otro admirador. Y su espíritu y su cuerpo se abrieron en canal, como el mar rojo en la biblia, para dejar penetrar a ese nuevo amor que venía a llenar su vida de luz y de alegría. De modo que el día en que el lector se decidió al fin a depositar a Borges sobre la mesa de ella e invitarla a un café supo que había esperado demasiado tiempo.

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