viernes, 27 de septiembre de 2013



¡ATCHÍS!


La infancia de Úrsula estuvo marcada por la alergia. Ésta le provocaba violentos estornudos que formaban remolinos a su alrededor, asustando a sus amiguitas y rodeándola de un aura siniestra, como de niña poltergeist.

Tales eran las sacudidas que el alergólogo recomendó colocarle un collarín con el fin de evitar posibles fracturas cervicales. Tan sólo el día de su boda accedieron sus padres a retirarle la prótesis, y eso después de haberle sido administrada una dosis de antihistamínicos capaz de insensibilizar a una manada de hienas. Sin embargo, en el momento del sí, no se sabe si a causa de los nervios o del olor a incienso, Úrsula emitió un sísmico estornudo que hizo que su cabeza saliera despedida hacia el rosetón del crucero, dejando en el altar su cuerpo junto al atónito novio,  los padrinos y el pajecillo de las arras.

Tardaron más de dos horas en dar con la cabeza, que había perdido un ojo y los pendientes de la abuela (algo azul y algo prestado) y fue tarea de chinos reimplantarle la órbita, puesto que a causa del olor de la anestesia, Úrsula no dejaba de estornudar y el ojo salía despedido de continuo, de modo que el cirujano resolvió pegárselo al párpado con Loctite.

Así que a la pobre le ha quedado una cara de carpa que da grima. Y todo por culpa de la alergia.

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