martes, 19 de marzo de 2019




DIECINUEVE DE MARZO

Querido papá:

Sé que andas por aquí porque hace nada acabo de romper un plato y al poco he puesto el teclado perdido con un golpe de tos que me ha dado cuando estaba tomándome el café. A lo mejor es que no te gustaba mucho lo que tenía en la cabeza en ese momento y has querido que dejase esa idea para mí misma. Y tal vez tengas razón. Hay cosas que se deben guardar en el cajón de la memoria y no permitir que nadie las vea. Cosas. Sentimientos íntimos que a veces nos dan miedo. Que traen hasta el presente aquello que ya no merece la pena recordar. Como esos choques nuestros, yo tan moderna y tú con tus ideas de familia perdedora de la guerra. Trabajar y trabajar. Y nada más. Y sacar a tus hijos adelante. De lunes a sábado. Porque el domingo era para nosotros, que me acuerdo bien: los cuentos en tu cama al comenzar el día y más tarde el paseo al sol, después de que te afeitaras ante el gran ventanal de la cocina con esa navaja de mango nacarado que me gustaba casi tanto como el olor del jabón blanco y pastoso. 

Qué felices que fuimos entonces, papá, cuando tú aún eras mi héroe y en mi cabeza no habían entrado las dudas que hicieron que, a partir de los quince o dieciséis, empezase a cuestionarme todo y estallase la bomba. Y tu carácter y el mío, tan similares, convirtieran la mesa a mediodía en un combate que nos fue llevando, poco a poco, hasta la incomunicación. Eran tiempos difíciles para la ternura y cada vez nos fuimos separando más. Aunque yo siempre supe que, de necesitarlo, tú me hubieras dado cualquier cosa. Cualquier cosa, papá. 

De las que son verdaderamente necesarias.

Recuerdo aquél día complicado en que no te atreviste a decirme que podía volver a casa y me lo hiciste saber a través de mamá. Y esa otra vez en que, una vez instalada de nuevo con vosotros de forma transitoria, me sugeriste que no sacase mis cedés de una maleta que necesitaba eventualmente porque cuando me marchase tendría que volverlos a meter. Aquel día, papá, fue cuando me di cuenta de que creías en mí. Lejos de molestarme me volví y te dije, socarronamente: “Gracias, padre”. Porque tú sabías que yo era un pájaro imposible de enjaular. Aunque no me hubieras criado para eso. Aunque hubieras preferido para mí una vida más convencional en plan esposa-madre-todaesaretahíla. Entendiste cuál era mi lugar. Y aunque sé que lamentaste hasta el último suspiro que yo me hubiera desviado del camino, también sé, porque te lo dije pocas horas antes de que te marcharas para siempre, que tus enseñanzas y tu dureza en algunos momentos me hicieron una mujer fuerte y autónoma. Y feliz, que es a lo que venimos a este mundo. No a trabajar, papá. Ni a guardarnos las caricias y los besos porque no son cosa de hombres. No venimos a ser fuertes aunque al final la vida nos obligue. Venimos a ser felices. 

Y yo lo soy, papá. Lo soy, y mucho. Y hoy, que no estás aquí, aunque intuyo que lees estas líneas asomando por detrás de mi cogote, quiero decirte que te lo debo a ti. Mi fortaleza y mi felicidad y todo lo que tengo.

Todo te lo debo.

... Empezando por la vida.



#SafeCreative Mina Cb

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