domingo, 13 de agosto de 2017

 


DE CUANDO NOS PERDÍAMOS

Hubo un tiempo en que fuimos felices. En que los viajes eran aventuras. Pero aventuras de verdad. O sea que requerían una planificación, un esfuerzo, un trabajo que convertía su preparación en algo excitante. Empezabas a soñar con las vacaciones un par de meses antes; te pillabas la guía de cámpings de la biblioteca, le chorabas la del trotamundos a un colega, preguntabas a todos tus amigos cuál era el chiringuito donde las birras eran más grandes y más baratas. Y cuando llegaba el día señalado, te echabas a la ruta como quien se echa al monte, sin tener muy claro cuál iba a ser tu destino, muerto de la excitación y del sueño después de haber pasado la noche entera marcando con rotuladores de colores las rutas que tenías que seguir en aquel pedazo de mapa. Que eso no eran mapas de carreteras, eso eran sábanas de hotel de cinco estrellas. Que desplegar aquello sobre el salpicadero en plena ruta tenía más peligro que conducir hasta las trancas de cubatas. Que creo yo que aquellos mapas y el Heraldo de Aragón son los responsables de la deforestación de la Amazonia.

El caso es que, como decía, tú sacabas el armatoste aquél, se lo ponías en las manos al copiloto y pasabais los dos un viaje la mar de entretenido; él intentando seguir la ruta pese al bamboleo ocasionado por los baches y tú discutiendo sus instrucciones porque se daban de bruces con los indicadores de la carretera. La cosa era más o menos animada dependiendo de cuántos tripulantes llevabas a bordo; cuantos más viajeros, más rutas posibles. Todos conocían el camino mejor que tú. De modo que, cuando ya se te erizaba el moño de oír eso de “si condujese yo ya habríamos llegado”, parabas el coche en mitad de la subida de Azpíroz (cuando Azpíroz era Azpíroz y no esa mariconada en que se convirtió con la autovía) y le decías al listillo: “Vale… pues conduce tú”
Y entonces asumías el rol de copiloto tocahuevos. Y te pasabas el resto de la ruta “Mete 4ª”. “Acelera”. “Frena que te vas a tragar el camión a la bajada del puerto”. “Oye, tú el día que explicaron lo de la distancia de seguridad no fuiste a la autoescuela, ¿no?”. Y le discutías la ruta, diciéndole que era la tercera vez que pasabais por el mismo punto, y que a lo mejor, y sólo a lo mejor, os habíais perdido. Y el otro que no, que ibas a saber tú más que SU mapa, que decía que había que seguir esa dirección. Y tú que igual su mapa estaba un poco trasnochado, porque era de cuando todavía existía Castilla la Vieja… Y así hasta que la visión del inconfundible fogonazo de los hombrecitos verdes os dejaba mudos. A 120 en un tramo de 80. Y ya no abríais la boca hasta que llegaba medianoche y no quedaba abierta ni una mala gasolinera donde pararse a preguntar y teníais que aparcar donde fuera y dormir en el coche. Y a la mañana siguiente, entumecidos pero más espabilados, arrancabais el motor y veíais, a plena luz del día, que habíais aparcado justo en frente del puñetero camping que no habíais sido capaces de ver. Y a la vuelta de las vacaciones contabais la aventura a todos vuestros amigos, y a los compañeros de trabajo, y a la familia, y a los de la cola del súper, y al panadero….

Pero aquello se acabó. La modernidad nos ha fabricado un copiloto mandón, infalible y aburrido que nos da órdenes con su voz metálica, nos riñe si no le hacemos caso, nos advierte si nos aproximamos a un rádar. Y nos reprende si vamos demasiado rápidos, que algunos te pegan un toque de campana que se te ponen los pelos como escarpias. Y creo que hasta tosen cuando fumas.

En cuanto al copiloto, desprovisto ya de función, se pasa el viaje dormitando, tecleando mensajes por el whatsapp, tocando los botones del salpicadero y haciendo aviones de papel con las hojas del mapa de carreteras.
 
Ya va por Castilla la Nueva.
La provincia donde estaba Madrid.

#SafeCreative Mina Cb

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