viernes, 18 de agosto de 2017

 


ACOSTUMBRARSE

Millones de personas conviven a diario con el terror. Se saben candidatos a morir en cualquier lugar y a cualquier hora, zas, pasar por allí y tener la mala pata de cruzarse con el loco o con la bala. Así es la cosa. Despertarse en la cama, echarse al estómago un café y salir al mundo. A buscarse el currusco. A hacer recados. A llevar a los niños al colegio. Esas cosas que todos hacemos cada día. Y encontrar a la muerte en el camino y no volver. Y la familia esperando con la sopa en el plato. Llamando al móvil sin parar y sin que les respondan. Y olerse lo peor. Porque hay territorios en los que lo peor es lo que más se huele. Y largarse al lugar de la catástrofe buscando pistas entre los escombros. Y correr tras las camillas para ver los rostros de las víctimas. Y desear que no sea uno de los bultos embolsados que yacen en el suelo. Y gritar y sentir que tu garganta no es distinta de decenas de gargantas que gritan por la misma causa y en el mismo sitio. Y vivir tu dolor con el desasosiego de saber que no van escucharte. Que de nada sirve. Que eres solo uno más entre la masa de fantasmas dolientes que lloran a sus muertos sin que nadie haga nada. Y contemplar en torno a ti los rostros de personas habituadas a presenciar esas escenas a diario. Solidarias pero anestesiadas. Así es el ser humano. Instinto de supervivencia lo llaman. Así es como se refieren a la capacidad del cerebro para “normalizar” lo que no debería ser normal. Para habituarse a la tragedia y continuar viviendo. Para que la razón se imponga al sentimiento y la persona sea capaz de acostumbrarse.

Acostumbrarse.

Ahí reside el peligro.

#SafeCreative Mina Cb

No nos acostumbremos.

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