lunes, 29 de junio de 2015



LA PULSERA

Ella caminaba sola. Se paró ante el puesto. Compró una pulsera.
“Me gusta tu tatuaje. Y tu peinado.¨- le dijo el chico de rasgos indios y mirada tibia. Y a continuación le preguntó si estaría dispuesta a acompañarlo en su descanso, de aquí a unos minutos, sentados los dos en un banco y fumándose un peta.

“No fumo nada que me sienta fatal”- le contestó con una gran sonrisa.
Lo acompañó, no obstante, y charlaron un rato acerca de lo divino y de lo humano. El chaval era un tipo simpático y un tanto buscavidas que había tenido que dejar su país hacía años y que se ganaba la vida vendiendo artículos que, según él, elaboraban los indígenas de Chiapas.
Ella no quiso aceptar su invitación para verse más tarde ni darle su teléfono. Simplemente lo besó en las mejillas y continuó con su paseo mientras él retomaba sus tareas en la feria.

Cuando volvió a pasar por el lugar él tecleaba en el móvil y ella se acercó y le dijo adiós, sacudiendo la mano ante sus ojos, sin pararse a pensar en el abanico de posibilidades que hubieran podido desplegarse tras aquella invitación. Respirando hondo, mirando cómo las hojas de los árboles se agitaban con el viento y disfrutando de la novedosa sensación de no echar en falta que alguien caminase de su mano.

#SafeCreative Mina Cb

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