miércoles, 17 de julio de 2013





IDEAS
 
La perseguían las ideas… desde niña… constantemente y de la misma forma que a otras amiguitas las perseguían los cromos de las colecciones de los chicles Nina, o la obsesión por los príncipes azules, o la manía de comerse las hormigas en el patio…
 
Así que la pobre vivía arrinconada, inmersa en su mundo de fábula, colgada siempre de las nubes, eterna inquilina de la luna de Valencia… Sus profesoras no sabían ya qué hacer con ella, tal era la gravedad de su ensimismamiento; y en cuanto a su madre, la pobre mujer la había dado ya por imposible confiando en que, como le decía el pediatra acerca de esa erupción cutánea que la asaltaba cada primavera, esa particular melancolía que la caracterizaba desaparecería al hacer el cambio: al pasar, como cantaba Julio Iglesias, de niña a mujer.
 
Pero fue peor el remedio que la enfermedad, porque al llegar la adolescencia sus fantasías evolucionaron y pasó de querer ser Margarita Gautier a convertirse en una mezcla de Frida Kahlo y Dolores Ibárruri. Y la expulsaron mil veces de clase. Y la llevaron al despacho del jefe de estudios, que era un hueso con fama de cabrón impresentable que la puso a caer de un burro durante cerca de un par de horas mientras ella se aguantaba la risa como podía, porque mientras él le decía de todo, intentando acochinarla, ella echaba mano de su poderosa inventiva para imaginarse al tipo aquél sentado en el retrete, aquejado de una crisis de gastroenteritis y descubriendo con horror que se acababa de terminar el papel higiénico. Al psicólogo le costó aguantar el tipo mientras la chica lo contaba, encerrada en el despacho y en presencia de sus padres, exponiendo sus argumentos como si aquellas reflexiones fueran lo más normal del mundo, cuando su madre, quizá consciente al fin de que lo de su niña no tenía cura conocida, se dejó caer sobre el sofá, la cabeza entre las manos, derrotada y musitando entre sollozos… “Le juro, señor, que no sé de dónde saca esas ideas…”
 
Fue entonces cuando la muchacha se le acercó, se arrodilló hasta colocar su cara frente a la de ella y le dijo, serena y dulcemente:
 
“De la cabeza, mamá… De la cabeza”


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