miércoles, 7 de septiembre de 2022


 

LAS CAMISETAS

Quisiera desde aquí romper una lanza en favor de la dignidad de las camisetas. Y quiero hacerlo ya que, conforme van pasando las décadas, esas prendas, que fueron en su día un signo de identidad tal que podía provocar que te partiesen la cara por entrar en ciertos bares con ciertas prendas, se han acabado convirtiendo en un elemento polivalente que lo mismo sirve para ir de boda que para recoger tomates en el campo. Y eso está muy mal, pues algunas nunca deberían de perder la identidad que tuvieron en el momento en que salieron de la tienda, del mercadillo o del puesto de merchandising del evento. Quiero decir que una camiseta de los Maiden no puede terminar como bayeta de cocina, del mismo modo que tampoco es de recibo que te tropieces, como me ha pasado antes, a una chica haciendo footing con una camiseta customizada de los Sex Pistols (que Vicious tiene que estar revolviéndose en la tumba) esto es, una prenda varias tallas más grande, probablemente de su novio, o incluso de su padre, a la que había cortado las mangas haciendo una gran sisa y que le quedaba como un mini vestido que llevaba por encima del pantalón de deporte. Y hablando de malditos, lo que tampoco se puede consentir es que una veinteañera entre en una tienda de Barcelona y le pregunte al dependiente si tienen camisetas de la marca Ramones. Y lo que tampoco debería permitirse, so pena de multa de las gordas, es llevar una camiseta de los AC/DC por dentro del pantalón, y menos aún ceñida. Las camisetas de AC/DC son admisibles en una obra, deformadas, con las mangas y la tira del escote arrancadas a golpe de alicate y más agujeros que un queso de gruyere; son aceptables en una mina, o sobre la percha de los hombros de tu chica en un momento íntimo, o incluso en el cuerpo de un catedrático de universidad de los que van de progres, o en un motero; sobre todo en un motero... Pero nunca jamás en la vida sobre la barriga de un aspirante a vejestorio que lo mismo se pone eso que una camiseta de lycra del Decathlon. Que esa es otra: las camisetas deportivas. Porque merecen un capítulo aparte todos esos individuos, en su mayoría varones, que coleccionan camisetas de eventos deportivos que incluso utilizan para acudir a una primera cita, tal vez con la intención de aparentar ser chicos sanos pero que sólo consiguen que pienses: “qué pobre acaba de volver del running y no ha tenido tiempo ni de pasar por casa a cambiarse de ropa”. Y ya, para terminar con este breve repaso, no podemos cerrar la nómina sin referirnos a la camiseta del concierto de la adolescencia que todavía conservas y en la que ya no puedes meterte ni con calzador, pero la llevas, y te niegas a tirar a la basura porque te da la impresión de que hacerlo sería como renunciar, ya no a tu juventud, sino a todo tu pasado y, por supuesto, a tu genuina identidad.

Lo dicho: Dignidad para las camisetas, coño.

#SafeCreative Mina Cb

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