sábado, 25 de septiembre de 2021


 

TECNOLOGÍA DOMÉSTICA

Confieso que desconfío un poco de la tecnología. Y no es cosa de la edad sino de mi naturaleza. De hecho, una de las (muchas) razones por las que admiraba a mi madre era por su fe ciega en la misma. Fue de las primeras en usar una olla exprés, que dejaba encendida mientras andaba trasteando por la casa, ya no pese a esas leyendas negras de pucheros que explotaban, sino a la propia experiencia del reventón de la primera Pronto que hubo en el hogar, que pilló a mi hermana al mando del navío con diez o doce años (mi madre era de las que curraban fuera mucho antes de lo del empoderamiento), los rulos puestos y un hermano al que agarrar de cada mano antes de salir por pies de la cocina.
Pero es que ella era así de decidida. Es más, en cuanto salieron las primeras cocinas programables allá que fue a hacerse con una. Eléctrica, eso sí, que del gas no se fiaba porque podía explotar. Y eso ya fue el acabóse, porque podía dejar al olla en el fuego, programar el reloj y largarse al punto de la mañana sin la inquietud de encontrarse a la vuelta con el estofado negro y un destacamento de bomberos trepando por la fachada con sus escalerillas. A mí, sin embrago, todo eso me puede pero algo de gen llevo, la verdad, porque confieso que a veces dejo los macarrones el el horno mientras bajo a la frutería de la esquina, eso sí, no sin antes haberme asegurado como un millón de veces de llevar las llaves y el teléfono. Y de que el balcón no esté cerrado, que lo mismo pierdo las llaves en cincuenta metros y se me apaga el móvil y al menos pues eso, puedo pedir una escalera y entrar por el balcón. Otra cosa es dónde encuentro yo una escalera antes de que se me churrusquen los macarrones. Pero es que todo no se puede prever, por muy en modo apocalíptico que se ponga una. Que yo para eso tengo mucha cuerda.

Pero a lo que iba: que esta mañana, mientras me preparaba unas lentejas porque iba a volver tarde, y justo cuando, tras pararse el programador, las he retirado del fuego “por si se le ocurría a la inducción ponerse en marcha sola cuando no estuviera en casa” me acordaba de mi madre. Y casi le he pedido disculpas hasta que me he dado cuenta de que también yo me voy y dejo al lavadora funcionando y nunca he necesitado la góndola a la vuelta. O que una vez traté de meter en la misma la tienda de campaña, pese a que mi pareja no entendiera que “en casa de mis padres todo se lavaba ahí”. O sea que algo me tocó, pese a lo cual no he tenido narices para volver a colocar la cacerola sobre la placa fría.

Y es que nadie es perfecto, mami. Ni siquiera yo.

#‎SafeCreative‬ Mina Cb

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