jueves, 28 de enero de 2021


 

POR QUÉ

Tú eres alguien normal. Quiero decir que te has despendolado. Que has tenido tus más y tus menos. Que te has emborrachado hasta el vómito. Que te has fumado cuatro porros y alguna que otra clase. Que has suspendido asignaturas. Que has frecuentado dudosas compañías. Que alguna que otra vez te han metido con tus padres en el despacho de director. Que has oído eso del “nos vas a quitar la vida”. Que has pensado en rociar a tus viejos con gasolina y después lanzar una cerilla pero no lo has hecho.
Porque al final llega ella. La inevitable madurez. La que todo atempera y pone las cosas en su sitio. Y entonces empiezas, empezamos, a tomarnos la vida medio de serio. Y en un momento dado te haces mayor y es el instante en que tu pareja y yo y tú os sentáis y si decís eso de si lo tenemos. Y decidís que sí. Que merece la pena. Por vosotros y por él. O ella. Porque la vida es un regalo. Sobre todo cuando se engendra generosamente. Y os ponéis a ello con todo el amor y la ilusión del mundo: primero la búsqueda, y esas desilusiones cuando no viene todo lo deprisa que uno quiere. Y ya después la espera. Y al final llegada y las noches en blanco. Y esas carreras al hospital cuando se pone malito y no sabes cómo reaccionar. Y las discusiones con las abuelas, que lo saben todo acerca de criar a los niños. Y el primer paso. Y la primera palabra. Y el primer día de escuela. Y ver cómo va creciendo y cada vez va siendo más autónomo. Y esas rabietas infantiles, tan violentas a veces, pero que ya pasarán. Porque todo, lo sabes, se puede solventar con el cariño. Y de pronto dejas de ser el héroe para convertirte en el tirano. Y sientes que la cosa se te está yendo de las manos. Y te llaman del cole. Y no es como cuando ibas con tu padre. No. Es más serio y es una y otra vez. Y empieza el peregrinaje de especialista en especialista. Infructuoso, porque los que tenéis un problema sois vosotros. Según él. O ella. Y la convivencia se vuelve una lucha sin cuartel donde la rebeldía se transforma en una pesadilla. Y una vez más te va a robar el sueño. Pero ya no lo arreglas con canciones. Ni con abrazos ni con leche tibia. Y la angustia se convierte en uno más de la familia. Y se instala en el sofá y en el baño y en el comedor. Y ya no hay forma de ahuyentarla. Y un mediodía, mientras sirves la sopa, te quedas mirándolo y no lo reconoces. No te cabe en la cabeza que el déspota que come frente a ti sea la misma persona que tomaste en tus brazos, llorando de emoción, hace ya tantos años. Y te preguntas por qué a ti. Qué habéis hecho mal. Por qué no puede ser como los otros. Estudiar, aunque sea lo justo. O trabajar si no le va lo de los codos. Llegar a casa tarde sólo de vez en cuando. Encabronarse si te niegas a comprarle otro móvil…
Pero cinco meses sin dirigirte la palabra… Compartiendo mesa y techo. Tirando de tu wifi y vaciando tu nevera. Sin querer estudiar ni trabajar y sin que nada resulte. Minando tu paciencia, tu energías y tu salud incluso.

Tú lo has hecho lo mejor que sabes. Como todo el mundo. Como lo hicieron tus padres pero con más tacto. Mostrando más amor. Y funciona. Maldita sea, sabes que funciona porque lo ves en torno a ti. Los hijos de tus amigos andan estudiando. O trabajando. O son conflictivos pero lo normal. Pero esta adolescencia del tuyo parece ir a durar siempre. Y cuando un día se te funden los plomos y dices que hasta aquí, que eres mayor de edad así que coge tus cosas y a la puta calle, el gobernador de la ínsula esgrime su argumento favorito:
“Vale. Ya me voy. Dormiré bajo el puente y si hace falta hasta mendigaré”.

Y tú lo ves de nuevo entre tus brazos, un bebé lleno de sangre, con el rostro congestionado por el paso del útero a la vida real, y le dices que vale, que se quede. Y de nuevo se encierra en su cuarto, egoísta y hostil, mientras tú te sigues preguntando que por qué.

Por qué a ti.

Por qué a vosotros.

#SafeCreative Mina Cb

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