viernes, 20 de julio de 2018

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 FUERTES

Ha caído esta mañana por casualidad en mis manos un folleto de tampones y me he vuelto a ver, como si fuera hoy mismo, sola en el baño, sujetando los tubos con los dedos, muerta de miedo y con los músculos tensos como las cuerdas de un tambor mientras en mi cabeza retumbaban las palabras de mi hermana, pobre, que me lo había explicado unos meses antes para evitarme el susto que ella se llevó: “Sangrarás 'por ahí'. Y, a partir de entonces, si estás con un chico te puedes quedar embarazada”. Y luego esos primeros meses de un dolor intenso que ninguna medicación calmaba. Y días enteros tirada en el sofá, hecha un trapo, sin salir a la calle porque piensas que todos van a darse cuenta; una especie de reclusión voluntaria y vergonzante aderezada con desagradables olores y una sensación de suciedad que nada eliminaba. Hasta que al final un día decides plantarle cara y tratar de pasar de ella. Y que se joda. Y echarte al mundo con el olor y los dolores. Y al que no le guste que le ponga lazos. Y entonces has de enfrentarte al fantasma de la primera vez. Y de nuevo los miedos y el dolor y la sangre. Y el sentirte cono si fueras una asesina en serie. Esa suciedad en la conciencia que no se va con nada. Y el rastreo de ella, de la sangre mensual que a esas edades se retrasa caprichosamente. Por muchas precauciones que una ponga siempre existe el miedo. El miedo a quedarse y a que tu vida se quiebre en dos de pronto. Y tengas que decidir entre otro acto prohibido que te hará sentir la mujer más impía del planeta o bien la heroicidad de echar por tierra todo lo previsto y asumir el sufrimiento de parir y la aventura de convertirte en madre mientras tus amigas van a la universidad, buscan su primer trabajo y salen por las noches. Y luego, ya de forma permanente, el miedo al espejo, a los juicios y a una misma. El miedo a no ser lo bastante guapa. Lo bastante lista. Lo bastante buena. Y el otro. El miedo a él. Que a veces es singular y a veces no. El miedo a que te muela a golpes cuando nadie os ve. El miedo a que te mate si denuncias. A que mate a tus hijos. El miedo al oír la puerta. El miedo al escuchar los gritos. El miedo a ver su mano levantarse sobre ti. Y no tener valor para pararla. O sí. Y el miedo a ellos. A todos en plural. Al que sigue tus pasos por la calle en un barrio poco iluminado. Al que para su coche y se insinúa. Al que se cree con derecho a todo solo por pertenecer al sexo masculino.

Miedo. Miedo a la menstruación. Miedo al sexo. Miedo al parto. Miedo a la violencia. Miedo a la menopausia. Miedo a una misma. Miedo al propio miedo.

Y aquí estamos, aún así. Rompiendo moldes y abatiendo a cañonazos a nuestros espectros. Enfrentándonos a cada instante con la culpabilidad que nos acompaña desde que, de niñas, nos sabemos aspirantes a mujeres. Así que no nos queda otra que hacernos las valientes. Sacar pecho y alzar la frente. Y no dejar que nadie nos asuste. Y de puro fingirlo, de puro ensayarlo, acabamos por creérnoslo.

Y solo entonces nos volvemos fuertes de verdad.

#SafeCreative Mina Cb

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