martes, 22 de septiembre de 2015



YAYA A LA DERIVA

Se cansó de los nietos, que la estresaban un huevo. Y de hacer punto, que la estaba dejando cegata perdida. Y de jugar a la brisca en el club de jubilados, que no ganaba para broncas. Y de contar los céntimos en la caja del súper, que le despellejaba las falanges.
Y es que ella siempre había querido ser navegante. O naveganta, que se dice ahora. Pero como en una mujer no estaba bien visto se conformó primero con ser esposa y madre y más tarde viuda y abuela. Y acabar con esos vestidos de Maruja y esos bolsos de los chinos, que parecían de cocodrilo pero en realidad eran de lagartija.
Y al fin se fue. Como la de la canción de Perales. Tomó sus cosas y se puso a navegar. No necesitó muchos esfuerzos puesto que llevaba años carteándose con un jubilado de Santoña que dedicaba las mañanas a pescar anchoas. Y se hicieron pareja de hecho y se compraron un barco de segunda mano. Y cuando él se murió de repente una mañana mientras se comía un churro, ella decidió seguir tal cual, sola, para qué volver a ese sindiós de los nietos, del punto, de la brisca y de los céntimos, con su vestido de Maruja y su bolso de piel de lagartija.

Hasta que dios quisiera.

#SafeCreative Mina Cb

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