lunes, 22 de abril de 2013




LA FUGA DE BLANCA
 
Se acabó lo que se daba. Estaba hasta la coronilla de esa panda de vagos que no la querían más que de fregona y de cocinera. Se hallaba al resguardo de la malvada madrastra, sí, pero alojarse con aquella cuadrilla de excéntricos había sido, como vulgarmente se dice, salir del fuego para caer en las brasas. Que una cosa, pensaba, era ser inocente y otra muy diferente ser tonta del culo.
 
Así que en cuanto aquella mañana abrió la puerta y se encontró con la vieja vendedora de manzanas lo vio clarísimo. Había llegado su momento. Le dijo que le compraba todo el cesto, la invitó a entrar a y le preparó un té en el que puso un buen puñado de semillas de adormidera. La mujer lo bebió despacio, insistiendo en que la niña estaba muy delgada y que debía probar sus exquisitas manzanas. La propia vendedora escogió la más hermosa, un brillante fruto de color rubí, y la colocó en la mano de la joven, que insistió en lavarla con agua y jabón antes de hincarle el diente, pese a la insistencia de la dama, que le decía que para que el fruto conservara todas sus vitaminas era necesario ingerirlo tal cual.
La discusión permitió a la joven ganar el tiempo necesario para que las semillas de adormidera hicieran el efecto deseado, cosa que ocurrió al cabo de unos minutos.
Fue entonces cuando la chica tomó las ropas de su invitada, se embozó bajo el pañuelo de la anciana y salió de la cabaña, el cesto de manzanas bajo el brazo, cerrando la puerta tras de sí, sabedora de que con ese disfraz ninguno de los espías que sus amiguitos tenían desperdigados por el bosque podría retenerla.
 
Aquella noche, cuando los enanos volvieron de la mina las camas estaban sin hacer, la cena sin preparar y la ropa sin lavar. Y una horrible vieja dormitaba en el comedor, la cabeza apoyada sobre la mesa, roncando estruendosamente, la mano aún junto a la manzana que Gruñón se llevó rápidamente a los labios, devorándola en un santiamén.

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