lunes, 4 de marzo de 2013




EL RELOJ DE MARILYN
 
Se había plantado en los 45 sin perder la dignidad ni el tipo; esto es, las curvas firmes y el semblante fresco. Que no es poco. Sin traumas, sin complejos. Sin obsesionarse por el pasado o angustiarse por el futuro.
Pero el amor llamó a su puerta y el equilibrio se le escapó por el desagüe: él era guapo y estaba forrado. Un poco gilipollas, eso sí, pero a ciertas edades una mujer ya sabe de sobra que lo del hombre perfecto es un cuento de viejas para niñas. Y que ni las propias viejas se lo creen.
 
Perdió la dignidad y el buen sentido y empezó, a su edad, a mirar hacia atrás y a lamentar aquellos dos abortos a que se había sometido en sus años mozos, cuando pensaba que los hijos no eran sino un enojoso estorbo del que no hay manera de desembarazarse, y se dijo que aún estaba a tiempo. De modo que se pusieron los dos a la faena, ella y el maromo. Pero el reloj de Marilyn no funcionaba ya como hace tiempo y la cosa no fue cuestión, como pensaba ella, de dejar de tomar la píldora y a continuación olvidarse de los támpax. Así que cogió a su compañero, que se hallaba también bastante entusiasmado con el proyecto, y se fueron a ver a un médico que, tras recomendarles, sobre todo a ella, que se lo pensaran bien, les sugirió un tratamiento que daría resultados, con suerte, en el plazo de un año.

Pero Marilyn no podía esperar  tanto, de modo que ella y el maromo se largaron al extranjero donde, en el plazo de once meses y por obra y gracia de una costosísima inseminación artificial, la dama dio a luz a dos lindas niñas que resultaron ser dos terremotos que la volvían loca, absorbiendo toda su energía y de las que su padre pasaba descaradamente.
 
Y lo peor no es eso: lo peor es que el tratamiento hormonal cambió el metabolismo de Marilyn y en cuestión de cuatro días se puso como un botijo. Ya no podía meterse en sus vestiditos entallados, los vaqueros le sentaban como un tiro y poco a poco dejó de maquillarse, de peinarse y de utilizar tacones. Y la fatiga se adueñó de su semblante. Y pasó lo inevitable: que el maromo se buscó otra más joven, y más guapa, y le dejó, eso sí, la casa, el Audi, una pensión más que decentita y dos demonios de tres años.
 
A su edad…

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