lunes, 17 de enero de 2022


 

MERCURIO RETRÓGRADO

El otro día le consultaba a una amiga bastante planetaria en qué consistía eso de Mercurio retrógrado, que parece ser que es una alineación que te puede hacer bastante la puñeta y oye, aunque yo no crea mucho en esas cosas tampoco se trata de tentar a la suerte. El caso es que ella, tras leerse todo el tocho que le envié, me dijo que con esos temas no se podía generalizar y que todo dependía del momento de mi nacimiento, que es lo que en realidad determina dónde tiene a Mercurio cada cual.

“Yo en el termómetro”- le dije, y como vi que no lo pillaba le mandé una foto de mi prehistórica varita de cristal, que casi fue peor porque lo que pensó es que estaba enferma y que pretendía que me leyera la temperatura. Que tiene mérito, porque para interpretar la temperatura de los termómetros de mercurio hacía falta un diploma en medicina con matrícula de honor. Bueno, para eso y para utilizarlos, porque sólo conseguir que, antes de usarlo, el gris metal bajase hasta el extremo más fino de la varilla era todo un ejercicio de pericia que podía dislocarte la muñeca. Que con eso de la tecnología digital y los termómetros esos que parecen pistolas láser ya se nos ha olvidado, pero tela marinera lo de aquellos aparatos, que una vez que habías conseguido que el marcador se pusiera a cero, te los tenías que meter bajo el sobado durante un tiempo indefinido y luego quedarte bizco intentado averiguar en qué cifra se había detenido la rayita gris, que también es mala leche la del inventor, ponerle ese vidrio grueso y poliédrico, como de gafa de Rompetechos, con ese rebordillo a un lado que hacía que la señal desapareciera según en qué posición colocaras la varita. Vamos, que para cuando conseguías averiguar si tenías fiebre, o se te había bajado o estabas ya viendo unicornios rosas.

Claro que, como entonces no entendíamos de peligros ni toxicidades, lo que más molaba era cuando se rompían, cosa que no era difícil ya que, en ocasiones, en el ya citado intento de hacer bajar la sustancia gris hasta la base del aparato, más de una vez le dabas con tal brío que, o bien salía disparado, o bien lo acababas golpeando accidentalmente contra la mesa y zas… un ejército de traviesas bolitas grises que se atraían las unas a las otras invadía el suelo. Yo recuerdo cuando pasó en mi casa. Alguien debía de estar malo de verdad porque nos sucedió en la cama. De repente la sábana se llenó de pelotitas metálicas que mi hermana y yo íbamos viendo evolucionar, hipnotizadas, sobre la tela blanca, sin ser conscientes de que nuestro juguete era un peligrosísimo veneno que, a buen seguro, acabó en el cubo de la basura junto a latas, botellas, mondas de patata y otros desperdicios que irían , por la noche y metidos en su bolsa, a esperar en el rincón donde ahora está el D3 a que el camión de la basura los recogiera del suelo.

Porque, del mismo modo que no siempre han existido los termómetros láser, tampoco lo han hecho los contenedores.

#SafeCreative Mina Cb

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