martes, 5 de junio de 2018

La imagen puede contener: una persona, sonriendo, texto 


 LECHE “PARA EL NIÑO”

En los tiempos que corren lo de la atención al público se está poniendo cada día más difícil. El cliente se convierte en ocasiones en un tirano que te escupe a la cara lo que no se ha atrevido a escupir a quien debía y tú has de sonreír y no dar la menor muestra de disgusto, puesto que si lo pillas muy rayado es capaz de pedir la hoja de reclamaciones y sabes que, por mucho que la razón te ampare, lo menos que te va a caer es una buena bronca. Así que una tensa muy bien las comisuras y enseña el piñerío, muy digna y competente. Y mientras el escáner hace pi por tu cabeza pasa el santoral entero cubierto de excrementos. Hasta que, dos clientes más allá, uno que se ha pispado te sonríe de veras, aunque sea sin dientes, y te dice que no hagas caso y que la vida es bella. O un moco de ocho años que va junto a su madre suelta a voz en grito lo del “Paz y amor” y la peña rompe a carcajearse mientras al bocachanclas casi se le cae la cara de vergüenza.

De todos modos, y aunque podría estar tecleando hasta la hora del Apocalipsis (si no me decido a escribir las memorias de una dependienta es por pura pereza, créanme...), mi momento favorito es la hora del cierre. Da igual si es a las nueve que a las diez. Da lo mismo si el horario se amplía o se reduce.

Se puede pasar lista.

Siempre es la misma gente la que llega en el último momento. Siempre. Aunque el horario sobrepase las doce horas. Aunque en la tele estén dando la final de la Champions. Aunque en la calle caiga el diluvio universal. Es más, para mí que se programan el móvil y si hace falta se levantan de la cama, dejando al partenaire en pleno proceso preorgásmico, para venir a tocarnos las narices. Entran con mucha calma, cogen un carro grande de los de moneda y se van directos a la panadería, donde protestan de que no hay pan. La espaldera puede estar a reventar de género pero falta precisamente la referencia que ellos buscan. Y da lo mismo que mañana tengas esa referencia, porque les apetecerá otra que falte en ese momento. Así es la cosa. Luego empiezan a revolotear por la tienda, con mucha parsimonia, y cuando ya casi es la hora de cerrar te piden que les limpies seis lubinas. No desescamadas sin más, que así no vale: en filetes; sin tripa y sin espina. Aunque piensen congelarlas y hacerlas dentro de dos meses. Luego, y ya cuando se apagan las luces y la música, se acercan a la caja y te cuentan lo bien que se lo han pasado en el pinchopote: “Fíjate si estábamos a gusto que si no nos avisa la alarma del móvil nos quedamos sin pan para la cena... ay, por cierto, si no quedaba sal”. Y se van a por la sal. Y luego a por un paquete de cervezas. Y al final no les llega el dinero y tienen que dejar tres cosas. Y justo cuando van a pagar se acuerdan de que llevan la tarjeta y te dicen que se las vuelvas a poner. Y luego se les ha olvidado el pin. Y después no encuentran las bolsas. Y en eso, que ya tienes la verja echada, pasa un tío y te dice que le abras. Y le dices que no. Y te dice que quiere solo un brik de leche. Y le dices que no. Y te dice que es para el niño, que es la excusa más vieja de la historia y se debe de creer que llevas dos días en el gremio. Y le dices que no. Y te grita “¡Mala puta!”.

Y los del pinchopote, que aún están buscando las bolsas, te miran y te sueltan: “Aún encima, mala”.

Y tú te callas y empiezas a contar.

#SafeCreative Mina Cb

Nota: Algunas de las situaciones que se describen en este relato pueden ser reales. Se han omitido los nombres de los protagonistas para evitar herir sensibilidades. La autora no se hace responsable en caso de posibles acciones judiciales.

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