jueves, 24 de marzo de 2022


 

EL BRÓCOLI

Confiésalo. Reconoce que te apetecería mucho más un chuletón. O Un chicharro al horno con sus patatitas. O unos macarrones. O incluso unas alcachofas con jamón. Sin jamón si eres vegano. O hasta si me apuras, y aunque a mí no me sepan a nada, un buen plato de borrajas con patatas y un chorrotón de aceite virgen.

Pero no me digas que te gusta el brócoli. No me seas hipócrita. No me vengas con que es una verdura llena de virtudes y además anticáncerígena. Ten el valor de reconocer que en realidad lo haces por lo del apocalipsis zombie. Para que no vayan a por ti a no ser que no les quede otro remedio. O por tus hijos. Para que se acostumbren a comer de todo y, en el caso de que en algún Erasmus den con sus huesos en cualquiera de esos países en donde comer es cuestión de supervivencia y no de goce, sean capaces de adaptarse sin morir de inanición... o de tristeza. Porque, digámoslo sin ambages, el brócoli es el más insulso de los vegetales. El más triste. El más desolador. Yo no me imagino una persona sana, feliz, equilibrada... colocándose sonriente ante una ración de tan triste vegetal. No concibo que alguien sea capaz, voluntariamente y sin la mediación de un dietista o un médico, de presentarse en el mercado, pedirle en voz alta al dependiente una de esas ridículas coliflores verdes, meterla en una bolsa translúcida de forma de que todo el mundo pueda verla, y dirigirse con ella hasta su casa sin miedo a que lo vean los vecinos para, finalmente, sumergirla en una olla de agua hirviendo y, tras someterla a un aliño más o menos elaborado, ingerirla cual si fuera el más delicado manjar.

Francamente, a mí, una persona capaz de decirme que disfruta haciendo eso, me inspira de entrada una gran desconfianza.

No lo puedo evitar.

#SafeCreative Mina Cb

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