“EN MIS TIEMPOS”
Todo empieza cuando un día en el parque, un crío va y te dice: “Oiga, señora, ¿me lanza la pelota?”.
Y el mundo se te viene encima.
Claro que tal vez para entonces ya lleves unos años sin escuchar los cuarenta principales porque la música moderna te parece una mierda, o que se te antoje que los hijos de tus amigas van hechos unos zarrios o que, y esto es lo peor, ya hayas echado mano en más de una ocasión de la reveladora frase de “En mis tiempos”
Asúmelo: Ha empezado el declive. Son los primeros síntomas. Y tras ellos vendrán en cascada todas las evidencias de que galopas de modo irremisible hacia la decrepitud, como ese día en que las letras del periódico comenzarán a alejarse, o en que temerás, al descubrir una peca en la mejilla, que en vez de un grano de pus sea un carcinoma, o que te parará por la calle alguien y empezará a hablarte y no tendrás ni puñetera idea de quién es aunque te suene mogollón, o que asistirás a una reunión de antiguos alumnos y te parecerá que todos, salvo tú, están hechos unos carcamales. Claro que eso te dará lo mismo porque, al comentarlo con tus amigas, te dirán que a ellas les pasa igual. Y continuarás alegremente ese trayecto hacia la fosilización, saliendo a correr con tus compis de club de atletismo de toda la vida y soltándoles, cuando se cachondeen viendo que, con lo que tú has sido, ahora te adelantan hasta los caracoles, que ya no haces deporte para competir sino para disfrutar, o escupiéndole a bocajarro al anestesista que te vaya a pinchar para operarte de una fístula que si no es demasiado joven para ejercer un trabajo de tanta responsabilidad, o teniendo que comprobar un millón de veces si te has tomado la medicación esa que como dobles la dosis la has jodido y como te la olvides tres cuartos de lo mismo... Y lo harás sonriendo, de buen rollo, convencida de que esos episodios son algo transitorio y que de aquí a un tiempo serán historia. Hasta que un buen día te encuentres sentada en el sofá de casa de tu madre, tomándote una cervecita sin alcohol con unos snakcs bajos en sal y criticando el vestuario de la vecina, que va hecha una pelandusca. Y de ahí a que las abuelas empiecen a parecerte jovencísimas, créeme, no hay más que un paso. Aunque justo antes de eso, o tal vez inmediatamente después, está el momento en que tocas una tecla del móvil y, sin que tú hagas nada, el chisme se desconfigura y prefieres ir a la tienda a comprar otro antes que intentar hacerlo funcionar. Y cuando se entera tu sobrino te dice que por qué no le has llamado y que tú no estás bien de la cabeza y que a quién se le ocurre tirar a la basura un aparato de ochocientos pavos.
¿Y sabes qué es lo mejor?
Que a ti te da lo mismo.
#SafeCreative Mina Cb