lunes, 30 de noviembre de 2020

 

LORD VADER

Fue el villano entre los villanos. El primero. El más siniestro y despiadado de todos los rufianes que poblaron mi infancia. Más que Drácula o que Frankenstein, que tenían su punto romántico. Más que el Barón Ashler. Más que los Hermanos Malsombra. Más incluso que el pérfido y encarnado Capitán Garfio.

Lo recuerdo, como si fuera ahora, emergiendo, altivo y reluciente, desde el fondo de la pantalla con su imponente casco y ese esbozo de voz que no era sino un terrorífico jadeo. Lo recuerdo transitando por los pasillos de la Estrella de la Muerte, irrumpiendo en la sala de mandos envuelto en un halo de pánico, asesinando sin tocarlos a sus subalternos. Recuerdo su ondeante capa y sus combates a muerte con el sable láser y recuerdo, sobre todo, ese desgarrador “Luke, soy tu padre”, que Constantino Romero convirtió en una de las frases míticas del cine. 

Hace ya tiempo que su doblador partió a otros lares y ayer David Prowse, el cuerpo que gobernaba la silueta del malvado, accionó el contacto de su caza y se marchó, me imagino, rumbo a una galaxia muy lejana donde le esperan Yoda, Chewbacca y la intrépida y sagaz princesa Leia. Allí se ha de quedar, atento a la llamada de su ejército de seguidores, que han de seguir invocándolo devotamente cada vez que las letras amarillas comiencen a deslizarse sobre la pantalla al ritmo de la inmortal banda sonora de John Williams.

Descansa en paz, Lord Vader. Tus hijos no te olvidan.

#SafeCreative Mina Cb

 

domingo, 29 de noviembre de 2020

  

Mi querido amigo:

No sabes cómo me alegra escribirte este homenaje cuando la vida aún te guarda tantas cosas. No quiero llamarlo despedida porque, como te dije hace poco, espero que el día menos pensado, cuando esto del covid no sea sino una lejana pesadilla, aparezcas tras cualquier esquina de mi barrio, la guitarra a la espalda y exhibiendo esa sonrisa tuya que tanto vamos a extrañar. Claro que, conociéndote, no me sorprendería que prefieras emprender nuevas aventuras en lugar de retornar a vidas conocidas, más que nada porque si vuelves nada será igual.

Hemos compartido mucho, amigo mío. No sólo tragos y besos y sonrisas sino también acordes, bailes y talento. Talento sobre todo. Y arte. Porque tú y yo, negrito, hemos sido testigos y artífices del periodo más fructífero a nivel cultural que yo he conocido en mis más de tres décadas de actividad artística en Tudela. Hemos participado en festivales, recitales y conciertos. Nos hemos hartado de amenizar veladas en bares y casas de cultura. Hemos visitado colegios (tú metido en mi carpeta en forma de poema), residencias de ancianos y museos. Hemos conocido gentes con las que hemos compartido interminables charlas que nos dejaban boquiabiertos. Hemos bebido y cantado hasta el amanecer. Y hemos tomado la calle, cuando nos dejaban, con nuestros versos y nuestras guitarras, desfilando en sonora procesión, como aquella mañana del canario, el loro y el gitano “que llevaba dos meses aprendiendo”. Hemos reído y llorado. Hemos escrito a medias poemas, borrachos como cubas, en un folio sobre la barra del bar de Kule, cuyas palabras a la mañana siguiente no hemos podido descifrar. Pero, ante todo, amigo mío, nos hemos querido de verdad. Como se quieren las almas que se intuyen y se respetan. Nos hemos querido como se quieren los hermanos y por eso cada uno de nosotros se va a quedar en el corazón del otro para siempre. Aunque no vuelvan los conciertos ni los recitales ni las trasnochadas. Aunque no volvamos a terminar en mi piso, cuando cierran todo, con algún amigo más como la noche aquella a las cuatro de la madrugada en que cuando te vi abrir la funda, te increpé: “Si te pones a tocar te mato”. Aunque no vuelvas a pedirme abrazos con lengua o a tratar de echarme ron en la cerveza o a intentar retenerme con la canción de la monja y el recluta cuando me quiera recoger. Aunque no volvamos a vaciar, llorando penas de amor, una botella de champán en el salón de casa. Y aunque ese tiempo dorado que hemos compartido, a causa tanto del covid como de las nuevas directrices culturales, se haya convertido en un lugar al que jamás regresaremos.

No sé, moreno mío. Yo, sin ser pesimista, soy consciente de que asistimos al final de una etapa y no tengo tan claro que vayas a volver para quedarte. Más que nada porque el tiempo que vivimos (“al lugar donde fuiste feliz..”) fue tan mágico que tal vez tratar de repetirlo fuera una osadía. O tal vez porque, como he dicho al principio, mereces otras vidas. De todos modos, y sea como fuere, esta poeta a la que tantas veces dedicaste uno de los besos de “19 días y 500 noches” te desea que la vida te devuelva toda la luz y la magia que nos has regalado durante tu estancia entre nosotros.

Hasta siempre, Juani Bones. Le daré al río recuerdos de tu parte.

#SafeCreative Mina Cb

Imagen: Jose Miguel Jiménez Arcos

Nota de la autora: No estábamos solos en la mesa. Lo digo por los botellines.

sábado, 28 de noviembre de 2020


 

 Te dejaré marchar 
como se dejan ir las cosas bellas...

Inspirando profunda y lentamente
para que tu fragancia
se impregne para siempre en mis recuerdos

y cerrando los ojos poco a poco
para poder así
conservar tu silueta en mi retina.

Y nadie,
salvo yo,
podrá determinar
la duración en tiempo y en espacio

del viaje que te lleve hasta mi olvido.

#SafeCreative Mina Cb

viernes, 27 de noviembre de 2020


 LA SEÑORITA PILAR

Supongo que era soltera. Solterona más bien, porque en aquel entonces una mujer de su edad que no estaba casada es que se había quedado para vestir santos. Cosa que, según se decía época, era infinitamente mejor que desnudar borrachos. Y que no dudo que ella prefería, puesto que me consta que era mujer católica y de familia acomodada.

A mí me parecía mayor, con ese pelo de un albor sospechosamente uniforme. Hoy pienso que se lo teñía, pero a los ocho años yo estaba convencida de que esa mata de cabello blanco, siempre impecablemente peinada y laqueada, no era sino el fruto de toda una vida dedicada a la enseñanza, a los desvelos en pro de sus pupilas (entonces las clases eran de chicos o de chicas) y a la experiencia acumulada a lo largo de una vida de estudio y de lectura.

Siempre iba con falda y medias, y desconozco si tenía amigas. Pero me gusta imaginarla sentada en un salón de té, tomando un chocolate con dos o tres señoritas de buena cuna, el meñique rígido perpendicular al asa de la taza y una bandeja de bollos sobre la mesa, intercambiado chismes acerca de pelanduscas, lugareñas descarriadas, mozos de buen ver y quién sabe si evocaciones de algún antiguo novio que al final no gustó a sus padres y se acabó casando con la cocinera. 
Sé que tenía al menos dos sobrinas que aparecían casi cada tarde por la clase a saludarla y luego se marchaban, marciales y uniformadas, rumbo a su colegio de pago.

Poseía una voz particular, entrecortada, como de ancianita… o al menos así es como yo la recuerdo. Nos daba las clases sentada, o en pie sobre la tarima, escribiendo en la pizarra con su letra de cuadernos de Rubio. No recuerdo qué nos enseñó; no sé si su fuerte eran la geografía, las matemáticas o el lenguaje. Lo que sí recuerdo es que adoraba los refranes… tenía un refrán para cada momento, aunque su favorito siempre fue “Las cosas claras y el chocolate espeso”. En eso se parecía a mi madre, que nunca nos dejó mentir. 
Y lo más sorprendente. Hacía que cada niña se sintiera especial. Tenía esa inusual cualidad de adivinar a las personas, de saber exactamente cómo tratarlas, de bucear en su interior, descubrir sus habilidades, sacarlas a la luz y hacerlas resplandecer como faros en la oscuridad. Daba libros de cuentas a las matemáticas, lápices a las dibujantes, tijeras y papel a las habilidosas, atlas de geografía a las intrépidas, biografías de científicos a las inquietas…

A mi me dio un cuaderno. Y me dijo que lo utilizase para pasar a limpio mis redacciones, porque mis ideas eran muy buenas y mi caligrafía muy mala. Me dio a leer poesía. Y me animó a escribirla.

Rellené aquel primer cuaderno… más tarde otro… y otro… y otro más… Y fui a su funeral cuando murió, pese a ser todavía agnóstica y a no conocer a nadie. Y a que habían pasado muchísimos años desde el último día en que me habló.

Pero hay personas que se quedan para siempre a nuestro lado… de hecho, mientras tecleo estas líneas, todavía escucho en mi cabeza, nítido como un trueno en mitad del bosque, el sonido de su voz de ancianita, de narradora de cuentos, diciéndome:

“Escribe, niña, escribe… Nunca dejes de hacerlo”

#SafeCreative Mina Cb

Nota de la autora: La ilustración corresponde a una de las páginas del citado cuaderno, que aún conservo.

jueves, 26 de noviembre de 2020


 

COMO EN ALASKA

Ya tengo las katiuskas 
y la bufanda, 
los calcetines largos 
de gruesa lana,
el pantalón con felpa
de alta montaña,
el polar y los guantes 
de la escalada,
la braga para el cuello 
y las polainas,
el chaleco de monte 
de piel de cabra, 
y el anorak con forro 
de 15 capas.

Hasta el viejo y raído 
pasamontañas
saqué ayer del trastero 
por si hace falta.

Y con todo eso a cuestas, 
algunas mantas 
y el paraguas que tengo 
siempre a la entrada 
(como hacen, me imagino
allá en Alaska)
esta noche, os lo juro...

¡¡Me voy de cañas!!

#SafeCreative Mina Cb

martes, 24 de noviembre de 2020

  

CARTA A UN PESCADOR

Hola:

Llevo mucho tiempo pensando en escribirte esta carta y la verdad es que no sé muy bien cómo plantearla para que no te ofendas. Aunque sé que no te ofenderás a no ser que te des por aludido, en cuyo caso dudo que llegues hasta el final de estos párrafos. Porque esto, te dirás, no va contigo.

Hace algún tiempo limpié, junto a un amigo, una zona de pesca. Sacamos diez sacos de basura de los industriales. Diez. Y podían haber sido más ya que plegamos tanto las botellas de plástico como las latas de refrescos. Recogimos, además, botes de cebo, sedales, plomadas y un sinnúmero de objetos de todo tipo que se habían ido amontonando en el lugar y, finalmente, clavamos en un árbol un cartel en el cual podía leerse: “Llévate tu basura”. De poco sirvió puesto que al poco tiempo los desperdicios reaparecieron: hoy una bolsa de plástico, mañana dos latas de cerveza, pasado una tarrina de gusanos, al siguiente el envase de un anzuelo... por no hablar de sedales, plomadas, excrementos humanos tapados con una bolsa y depositados en cualquier lugar o las omnipresentes y asquerosas colillas de tabaco.

Me tienes harta, de verdad. Y no digas que no eres tú porque no trago. Ya no. No me vengas de salvaespecies ni de ecologista porque ya no me la das. Estoy hasta el gorro de recoger tus bolsitas de hielo y tus latitas de refresco. Hasta el gorro de estrujar envases para que me quepan más en una bolsa. Hasta el gorro de agacharme para nada, de cabrearme al llegar a la semana siguiente y ver el resultado de otra fiesta, de recoger tu mierda y, sobre todo, de que cuando te dispones a arrancar el coche en el que has transportado toooooodas esas mercancías cuyos desechos abandonas en el campo, no te salga una patrulla de forales armada hasta los dientes y te disparen a bocajarro como si fueran un terrorista peligroso. Porque para mí lo eres, cerdo de mierda. Eres un egoísta y un desconsiderado. Y mereces que te salga del río, no un jabalí ni un siluro, sino un tiburón de 400 kilos y te arranque los huevos de raíz. Y te deje desangrándote en la orilla para que alguien te encuentre, al cabo de unos días, descomponiéndote junto a toda tu basura.

¿Te lo he dicho con bastante claridad?

#SafeCreative Mina Cb