sábado, 6 de julio de 2024


 

CHESTER

Me cuesta creer que sea el mismo animal que hace unos días se arrimaba hasta la verja, ladrando con fiereza mientras Nala me miraba, tímida, deseosa quizá de alguna de esas caricias que en contadas ocasiones logré deslizar sobre su hocico. Luego, en libertad y fuera del recinto, el macho era juguetón y se acercaba sin atisbo de agresividad. El dueño me contó que eran padre e hija y que los gruñidos de Chester eran sólo apariencia. Me lo dijo la misma mañana en que me habló de la enfermedad de la perrita.

Unos días más tarde no surgieron ladridos a mi paso y en el redil tan solo había un animal. Chester, ausente e irreconocible, yacía hecho un ovillo en el rincón. Ni se inmutó cuando arrimé mi cara hasta la valla, llamándolo bajito y con el corazón partido en dos. Él no sabe, pensé, lo que es la muerte. No tiene ese concepto apocalíptico de los humanos ni conoce su irreversibilidad. Ni siquiera sabe que Nala no volverá jamás. Lo único que percibe es que no está. Y esa ausencia le provoca una pena enorme que lo mantiene inmóvil, indiferente al mundo bajo el sol del mediodía.

Ojalá, pensaba mientras me alejaba compungida del lugar, fuera posible que algunas de las personas que gobiernan este mundo tuvieran tan sólo una décima parte de humanidad que ese bendito can.

#SafeCreative Mina Cb

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