viernes, 31 de diciembre de 2021


 

BAY, BAY, VEINTIUNO

Hay finales de año que te pillan como en un momento tonto, o sea en plan que te da igual que el año se acabe o que comience, como si te estuvieras paseando por un alambre y lo que de verdad te preocupase no fuera la longitud del mismo, sino el hecho de no tropezarte con un nudo o una zona deshilachada que te pudiera suponer perder pie e irte al vacío de cabeza. Lo mismo pasa, a veces, con la Navidad, que la soportas como una tormenta intempestiva en medio del bosque o como un catarro de esos que hacen que la nariz te gotee todo el tiempo.

Y vaya, que no sé si me sucede sólo a mí, o si será temporal, o si se tratará de una consecuencia de este clima apocalíptico y un tanto paranoide en que han decidido envolvernos las fiestas de este año. De cualquier modo, tanto causa como consecuencia no me preocupan lo más mínimo. Para empezar, hoy no sé ni lo que haré. O sea si hay un plan (informal, que para estar con la familia tengo todo el año) y me apetece pues me apuntaré. Un plan tipo echar unas cañas por lo viejo hasta la hora de cenar o, si el acompañante es otro anarco de la vida, pues hasta que se tercie. Y si no hay plan que mole toca ver desde el balcón la San Silvestre y luego peli con cerveza y algo de picoteo. Y gato en el regazo y loro coreando, si lo ponen, las canciones del “Cachitos”. No será, desde luego, como esas Nocheviejas bulliciosas en casa de mis padres, con ruido y serpentinas y nietos brincando en los sofás. No será tampoco como esas otras turbulentas de los fines de las relaciones, cuando todo se convierte en un conflicto y empiezas a aborrecer la Navidad pero con ganas. Ni como aquélla de ni sé que año en que llegué tan tarde y en tales condiciones que al oír cómo mis padres bajaban a acostarse, me dio el tiempo justo de meterme en la cama, tras barajar hacerlo totalmente vestida, incluso con las botas, con tan sólo el pantalón, que no conseguía quitarme porque me habían atado una guirnalda al muslo, y mi madre, al abrir la puerta de mi cuarto y ver las botas en el suelo y el abrigo y el jersey sobre la silla, le soltó a mi padre eso de “ya te he dicho yo que no estaba llegando, que de haber acabado de cerrar la puerta, como dices tú, no le hubiera dado tiempo a desvestirse”, mientras yo sonreía, bajo las sábanas, feliz de haber heredado la astucia de mamá.

Era otra vida. Ahora he decidido vivir esta.

#SafeCreative Mina Cb

Pd: Sed felices.

No hay comentarios:

Publicar un comentario