jueves, 25 de noviembre de 2021


 

Querida Paula:

Tienes que perdonarme, no lo he sabido hacer mejor. Sé que en este momento debes de estar muy triste. Puede que incluso hasta te sientas culpable pensando que pudiste evitarlo pero no. La vida es como es y a cada uno nos toca desempeñar un papel diferente. Y este ha sido el mío. Claro que a qué más podía aspirar si soy pequeña. Pequeña de espíritu. Mamá (pobre, cuánto sufrió, todavía me parece escuchar sus gritos en medio de la noche) también lo era y al final una aprende lo que ve. Sólo somos costillas. Malas copias de un gran original. Actrices secundarias del teatro de la vida. Ni siquiera me planteé estudiar, y eso que de niña era una lectora infatigable. ¡Cómo disfrutaba con los cuentos! Yo quería ser una princesa. Una princesa bella que enamorase a un príncipe. Y casarme y tener hijos. Sentirme realizada en el amor y en la familia. Tener un novio que me escribiera versos. Que me quisiera y me tratara bien. Como a una reina. Y él era guapo y tan atento… un poco egoísta y algo bebedor, pero así son los hombres. Y no gritaba. Bueno, sólo a veces, cuando yo hacía las cosas mal. Pero es que en casa estaba tan a disgusto que algo tenía que hacer. Y no quería quedarme sola. Aunque a menudo me asaltaban las dudas, pero lo cierto es que el tiempo iba pasando y a ver quién se iba a fijar en mí con veinte años y tal como iba vestida. Porque a él no le gustaba que me vistiera según como y claro, él tenía estudios. Era ingeniero ni más ni menos. Ingeniero. Que mis amigas se pusieron verdes de envidia cuando se lo presenté. Menos Charo, que me dijo que le veía algo tenebroso. Pero eran celos, porque como éramos uña y carne el hecho de que él hubiera aparecido nos acabó por separar. Desde que le confesé lo que me había dicho me prohibió volverla a ver. Ni a la boda la invitamos. Que fue ideal, yo con un vestido de raso en blanco roto con escote en pico. No mucho, que a él no le gustaba, pero en pico. Precioso. Yo estaba muy contenta. Ni en sueños me hubiera imaginado un hombre así, tan elegante y con carrera. Claro que para entonces ya habíamos tenido nuestros más y nuestros menos. O sea cosas normales, como algún empujón. O esa bofetada que me dio sin querer un día porque me disgusté cuando llegó a una cita tres cuartos de hora tarde. Que no era la primera vez y yo tampoco tenía derecho a quejarme. Ya sabía que era un hombre muy ocupado y al salir del trabajo lo último que necesitaba era que le viniera con malas caras. Me soltó el bofetón y me quedé de piedra. De inmediato reaccionó y me llenó de besos. Y me dijo que era porque estaba pasando una temporada mala y que cuando nos casásemos todo iba a ir mejor. Yo también estaba convencida de que sería así, por eso me esforzaba en ser perfecta. Tenía la casa como los chorros del oro y cuando él llegaba no me cansaba de agasajarlo. Más que nada porque empezó a enfadarse con demasiada frecuencia. Y alguna vez se le volvió a ir la mano. Pero siempre con razón, porque yo me descuidaba. No soy una gran cocinera, la verdad, y él es de buen comer. Me acuerdo de ese día que me lanzó la sartén donde estaba friendo las croquetas. Que menos mal que me agaché porque si no me va el aceite hirviendo por la cara. Y cuando esteba embarazada de ti, Paula, que me pegó una patada en la tripa que casi se me escapa el feto por la boca, menos mal que el parto salió bien… Fuiste tú la que me pidió una noche que nos fuéramos. Y yo te dije que adónde, yo sin trabajo y sin ninguna formación, y además que no teníamos a nadie, mamá había muerto, yo me había quedado sin amigas y lo de vivir con mi padre ni me lo planteaba. Y donde mis suegros no podía ir porque a ver qué iba a decirles. Hasta que me topé con Charo un día, en la puerta del colegio. Casi ni me reconoció. No tuve que contarle nada, me dijo que me tenía que ir de casa y yo que no. Que era una crisis y que pasaría. Que estaba muy presionado en el trabajo y que me necesitaba. Que si yo me iba él estaba perdido. Me lo decía siempre, si me dejas me mato, y lo decía en serio. Tenía que apoyarlo. Era mi obligación. Nadie se había fijado en mí antes de él. Había tenido mucha suerte porque yo siempre he sido una mujer pequeña y un hombre como él era un regalo. Y además, adónde iría yo sin él. Quién me iba a querer, o a dar trabajo, si siempre he sido un desastre. Ni guisar en condiciones sé. Y luego las vecinas, que hay que ver cómo me miraban. Claro que en los últimos meses él llegaba cada vez más tarde y más nervioso. Y bebía muchísimo. Lo de la crisis, los expedientes de regulación y esos chavales de veinte años que se le estaban comiendo la merienda. Todo le molestaba. Yo ya ni hablaba y tú… tú eras un ratoncito arrinconado y temeroso que me lo repetía a cada instante, en cuanto él salía por la puerta, vámonos, mami, vámonos, vámonos… y un día, a la salida del colegio, te acuerdas, nos entretuvimos un poco con Charo, que estaba muy pesada con lo de los pisos de acogida. Yo ya estaba avisada. Después de hablar con ella la otra vez se lo comenté y se puso como loco. Me dijo que ni se me ocurriera tener trato con ella. Que era un zorrón. Que quería comerme el coco. Que ni se sabe los novios que había tenido y que si se enteraba de que andaba con ella me mataba. Por eso estaba así. Nos vio al pasar con el coche y se fue para casa. Aún tardamos un rato y eso lo enfureció todavía más. Me esperaba tras la puerta. Olía a alcohol. Yo quise explicarme pero no me dio ni tiempo. Nada más entrar se abalanzó sobre mí. Tú llorabas y decías mami, vámonos, y yo no me podía mover, me estaba moliendo a golpes allí mismo, con la cabeza pegada al espejo del recibidor y el perchero clavándose en mi nuca. Los vecinos aporreaban la puerta pero él estaba sordo y ciego. Y cuando llegó la policía él ya se había tirado por la ventana y yo no era más una mancha roja inerte y tú gritabas, gritabas, gritabas tanto que no sé cómo la casa no se resquebrajó de arriba abajo.

Pero nada fue por tu culpa, vida mía.

#SafeCreative Mina Cb

#niunamenos 

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