martes, 23 de noviembre de 2021


 

FRÍO

Adivino el invierno por los huesos. Se presenta de golpe, casi siempre una noche. Asoma por la cadera derecha cuando estoy acostada y no suele fallar.
Antes no me pasaba, claro. Antes no me pasaban muchas cosas pero también es cierto que me pasaban otras, y que a menudo el invierno se me instalaba en el ánimo y permanecía allí durante mucho tiempo. Y con el frío era peor, porque el sol está lejos y la oscuridad le va robando minutos al crepúsculo. Recuerdo perfectamente la última vez en que ambos inviernos coincidieron y fue horrible porque nada calmaba mi dolor. Esas cosas suceden porque nadie manda sobre los huesos ni sobre las emociones. Y cuando los unos y las otras duelen al mismo tiempo la sensación es como de noche inacabable y ni siquiera las lágrimas, que brotan ardientes desde el fondo del alma, pueden templar el ánimo, que permanece blanco y quebradizo, lo mismo que la escarcha de una flor.
Este año fue distinto a aquél lejano. Más que nada porque hace tiempo decidí que no permitiré que el invierno anide nunca más en mi interior. El pinchazo llegó el domingo, acompañado de las agujetas de un concierto y sumándose al resentimiento de una contusión. Todo muy molesto y pasajero. Me levanté y el sol me despistó. Pensé que mi cadera se había equivocado. O que el gran hacedor se vengaba de mí por irme de concierto en lugar de quedarme en casa recuperándome del golpe. Pero más que una venganza del creador era cuestión de tiempo. Mi cuerpo, una vez más, me mandaba el aviso, y hoy lunes, al salir del trabajo, he sentido cómo la lejanía del sol y la humedad se me clavaban en los tuétanos. Y he sabido que ya había llegado. Y que dentro de un mes el solsticio comenzará a robarle minutos a la noche. Y que a finales de enero ya habrá brotes en los árboles. Y que, aún con todo, amanecerán días hermosos en los que el sol caliente y dibuje destellos en el río.

Y que ya no hace frío en mi interior.

#SafeCreative Mina Cb

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