¿EN TU CASA O EN LA MÍA?
Así comenzó todo. Era una noche de verano, en una verbena, en fiestas. Él era moreno, alto, de ojos oscuros y mirada penetrante. Llevaba una camisa blanca abierta casi hasta el ombligo que dejaba al descubierto su moreno y musculado torso. Era forastero, me habían dicho, y pasaba las vacaciones con sus padres en un caserón que la familia tenía a las afueras del pueblo.
Me miró.
Le miré.
Bailamos un poco, apretados, sintiendo cómo nuestros cuerpos jóvenes se ensamblaban, rellenando cada uno los recovecos del otro, reclamándose, devorándose, buscándose con ansia.
No tardamos en abandonar la plaza, perseguidos por las miradas de mis hermanos, que salieron detrás de nosotros para evitar que ocurriera algo irreparable.
Nos cogimos de la mano y echamos a correr:
“¿En tu casa o en la mía?”- me dijo.
“En la tuya… si vamos a la mía estos te despedazan”
Era un corral apestoso. En un rincón había un sofá desvencijado sobre el que nos dejamos caer, ya medio desnudos, e hicimos el amor con el entusiasmo propio de dos adolescentes ebrios. Sólo unos años más tarde me atrevería a confesarle que aquélla había sido mi primera vez.
El azar quiso que coincidiésemos en la misma universidad, aunque en carreras diferentes. Él compartía piso con unos compañeros y yo lo mismo. Estábamos tan enamorados que no podíamos vivir lejos el uno del otro, de modo que decidimos que uno de los dos se mudase.
“¿En tu casa o en la mía?”- le dije.
“En la tuya- me contestó- Que tienes la cama más grande”
El destino siguió jugando con nosotros, y una vez acabados los estudios cada uno encontró trabajo en un extremo del país. Estuvimos un tiempo viéndonos de vez en cuando, pero de nuevo la distancia se acabó convirtiendo en una tortura insoportable. Había que renunciar a un sueldo, de momento, si queríamos estar juntos.
“¿En tu casa o en la mía?”- me dijo.
“En la tuya- contesté- Tu sueldo es más bajo pero tu contrato no es temporal como el mío”
Y así pasaron los años, con sus otoños y sus veranos, sus luces y sus sombras. Y el amor que fue creciendo, y transformándose. Y los inevitables diciembres, cargados de ansiedad y de pesares. Y la temida pregunta:
“¿En tu casa o en la mía?”- me dijo.
No respondí.
Sólo rompí a llorar. Llevaba años suplicándole que terminásemos con aquello de una vez, que ese teatro de cada diciembre no hacía sino amargarnos la existencia. Que su familia no me quería y mi familia no le tragaba. Que por qué teníamos que sentarnos a la mesa con esa panda de insensatos que lo único que pretendían era separarnos… cuando el destino se había empeñado en unirnos desde el primer instante.
Cogió el teléfono y llamó a su casa. Y yo llamé a la mía.
Y les dijimos que se había terminado.
Que no nos esperasen para Navidad.
#SafeCreative Mina Cb
Así comenzó todo. Era una noche de verano, en una verbena, en fiestas. Él era moreno, alto, de ojos oscuros y mirada penetrante. Llevaba una camisa blanca abierta casi hasta el ombligo que dejaba al descubierto su moreno y musculado torso. Era forastero, me habían dicho, y pasaba las vacaciones con sus padres en un caserón que la familia tenía a las afueras del pueblo.
Me miró.
Le miré.
Bailamos un poco, apretados, sintiendo cómo nuestros cuerpos jóvenes se ensamblaban, rellenando cada uno los recovecos del otro, reclamándose, devorándose, buscándose con ansia.
No tardamos en abandonar la plaza, perseguidos por las miradas de mis hermanos, que salieron detrás de nosotros para evitar que ocurriera algo irreparable.
Nos cogimos de la mano y echamos a correr:
“¿En tu casa o en la mía?”- me dijo.
“En la tuya… si vamos a la mía estos te despedazan”
Era un corral apestoso. En un rincón había un sofá desvencijado sobre el que nos dejamos caer, ya medio desnudos, e hicimos el amor con el entusiasmo propio de dos adolescentes ebrios. Sólo unos años más tarde me atrevería a confesarle que aquélla había sido mi primera vez.
El azar quiso que coincidiésemos en la misma universidad, aunque en carreras diferentes. Él compartía piso con unos compañeros y yo lo mismo. Estábamos tan enamorados que no podíamos vivir lejos el uno del otro, de modo que decidimos que uno de los dos se mudase.
“¿En tu casa o en la mía?”- le dije.
“En la tuya- me contestó- Que tienes la cama más grande”
El destino siguió jugando con nosotros, y una vez acabados los estudios cada uno encontró trabajo en un extremo del país. Estuvimos un tiempo viéndonos de vez en cuando, pero de nuevo la distancia se acabó convirtiendo en una tortura insoportable. Había que renunciar a un sueldo, de momento, si queríamos estar juntos.
“¿En tu casa o en la mía?”- me dijo.
“En la tuya- contesté- Tu sueldo es más bajo pero tu contrato no es temporal como el mío”
Y así pasaron los años, con sus otoños y sus veranos, sus luces y sus sombras. Y el amor que fue creciendo, y transformándose. Y los inevitables diciembres, cargados de ansiedad y de pesares. Y la temida pregunta:
“¿En tu casa o en la mía?”- me dijo.
No respondí.
Sólo rompí a llorar. Llevaba años suplicándole que terminásemos con aquello de una vez, que ese teatro de cada diciembre no hacía sino amargarnos la existencia. Que su familia no me quería y mi familia no le tragaba. Que por qué teníamos que sentarnos a la mesa con esa panda de insensatos que lo único que pretendían era separarnos… cuando el destino se había empeñado en unirnos desde el primer instante.
Cogió el teléfono y llamó a su casa. Y yo llamé a la mía.
Y les dijimos que se había terminado.
Que no nos esperasen para Navidad.
#SafeCreative Mina Cb
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