BIGAMIA
Siempre igual. No fallaba. Cada vez que salían de viaje o de excursión; cada vez que asistían a una exposición o un concierto; cada vez que había un acontecimiento, público o privado, ella desaparecía con la cámara y él se quedaba ahí, a la espera, plantado en un rincón.
Y es que así es el amor. Y así había sido siempre. Claro que cuando se conocieron ella tenía una Olympus que pesaba catorce toneladas y que usaba muy poco, más que nada por el miedo a que se la robaran, de modo que se conformaba con lo típico: cumpleaños, vacaciones y demás. Claro que en plan casi de ir a las bodas y meter la cámara en la tarta. O sacar primeros planos a los recién nacidos, con lo feos que son la mayoría. Que si no fotografió su propio parto es porque no la dejaron entrar al paritorio con el chisme, que si no lo hace. Como, de haberle sido posible, hubiese abierto un ataúd para fotografiar al muerto.
De modo que cuando la era digital llegó a la fotografía para ella fue una total revelación. Podía llevar una compacta en el bolsillo en lugar de ese armatoste que cargaba hasta la fecha. Claro que no siempre la cogía porque no era plan, y se perdía cosas. Cosas que veía o que pasaban, como una mariposa que entrase por la ventana de la oficina o un niño encorriendo a un perrito por el parque. Así que el día que aparecieron los móviles con cámara casi se mea de gusto. Llevar un aparato fotográfico encima de forma permanente es el sueño de todo fotógrafo.
Y la pesadilla de sus acompañantes.
Poco tardaron su familia y amigos en dejar de acompañarla cuando salía de excursión. Tan solo su marido, fiel y amante, iba con ella y aguardaba pacientemente a que acabase sus sesiones. Y en invierno pase, que se hace de noche a las seis, pero es que en verano era una agonía. Sobre todo desde que tenía una batería externa. Que cuando solo contaba con la del aparato pues mira, si se acababa a casa. Pero con el trasto aquél su esposa tenía autonomía para varias horas. Y, la verdad, empezaba a estar harto.
Muy harto.
Hartísimo.
Sucedió sin que lo pretendiera. Era un día de junio, cerca del solsticio. Habían programado esa salida hacía tiempo y él estaba deseando enseñarle a ella ese lugar, un paraje natural lleno de mariposas y rapaces. Madrugaron y llegaron allí sobre las ocho. Ella llevaba la digital y el móvil, y baterías de repuesto para ambos. A las nueve de la noche aún era de día, no habían comido y ella continuaba retratando flores. Él llevaba un rato sentado sobre una piedra, tonteando con el móvil. Le salió una ventana emergente, un anuncio de esos de despachos de abogados con gestiones expréss. Si es que todo avanza, se dijo. Y fue deslizando el dedo hasta encontrar un servicio de tramitación de divorcios que le sorprendió. Pinchó el enlace y accedió al formulario. Lo rellenó y, justo cuando acababa de darle al botón de “Enviar”, se le terminó la batería y ella apareció, saltarina y feliz, con su cámara apagada entre las manos.
#SafeCreative Mina Cb
No hay comentarios:
Publicar un comentario