TIEMPO DE MUDANZA
Es duro, decía el otro día, enfrentarse a la tarea de dar la vuelta a los armarios. Y no sólo por el enojoso trance de descolgar, estirar, doblar, empaquetar y más tarde guardar, etiquetando las bolsas y las cajas en el caso de las más meticulosas. Ni siquiera por los traicioneros ataques de las perchas asesinas, que caen en tromba sobre nosotras cuando intentamos bajar del altillo la bolsa que las guarda tirando de las asas de la misma en vez de ir a buscar una escalera. Ni aun por el desagradable trance de comprobar que aquél botón que se desprendió al fin de la estación pasada sigue en el bolsillo del chaquetón, y que no se ha cosido a sí mismo durante su cautiverio.
No. Yo pienso que lo más duro de estas transformaciones el ese encuentro con el pasado y con nosotras mismas, esas dudas que nos asaltan cada vez al mirar los pantalones que seguimos guardando “por si nos vuelven a valer”, o al contemplar con tristeza el vestido con el que asistimos a aquella fiesta tan especial y que, pese a saber que nunca volveremos a ponernos, no nos atrevemos a tirar a la basura. O lo peor, al reencontrarnos de momento y sin previo aviso con aquella prenda que él, o ella, olvidaron en un rincón del armario antes de desaparecer para siempre de nuestras vidas. Y es que la mudanza de los armarios no es tan sólo un trámite que nos permite pasar del verano al invierno o viceversa. Es también un impass en la vida, un espacio para el recuerdo y los proyectos, para mirar atrás con una nostálgica sonrisa y para decidir, en un momento dado y sin precipitarse ni quedarse corto, rasgar en dos aquella blusa, llevar al ropero esas botas de tacón de aguja con las que acabaremos partiéndonos la crisma, rescatar y modernizar un poco esa chaqueta de piel que tanto nos gustaba y que ahora vuelve a estar de moda e incluso, y si se tercia, salir al balcón con un mechero y prender fuego a ese foulard tan horroroso que nos regaló, allá por los tiempos de Maricastaña, el novio aquél tan pesado que se fue a hacer la mili a Ceuta y a la vuelta, bastante tocado de fumar hachís, decidió irse de misionero a Sierra Leona, desde donde cada año nos sigue mandando una espantosa felicitación de navidad que lleva como posdata un “siempre te amaré”…
#SafeCreative Mina Cb
Es duro, decía el otro día, enfrentarse a la tarea de dar la vuelta a los armarios. Y no sólo por el enojoso trance de descolgar, estirar, doblar, empaquetar y más tarde guardar, etiquetando las bolsas y las cajas en el caso de las más meticulosas. Ni siquiera por los traicioneros ataques de las perchas asesinas, que caen en tromba sobre nosotras cuando intentamos bajar del altillo la bolsa que las guarda tirando de las asas de la misma en vez de ir a buscar una escalera. Ni aun por el desagradable trance de comprobar que aquél botón que se desprendió al fin de la estación pasada sigue en el bolsillo del chaquetón, y que no se ha cosido a sí mismo durante su cautiverio.
No. Yo pienso que lo más duro de estas transformaciones el ese encuentro con el pasado y con nosotras mismas, esas dudas que nos asaltan cada vez al mirar los pantalones que seguimos guardando “por si nos vuelven a valer”, o al contemplar con tristeza el vestido con el que asistimos a aquella fiesta tan especial y que, pese a saber que nunca volveremos a ponernos, no nos atrevemos a tirar a la basura. O lo peor, al reencontrarnos de momento y sin previo aviso con aquella prenda que él, o ella, olvidaron en un rincón del armario antes de desaparecer para siempre de nuestras vidas. Y es que la mudanza de los armarios no es tan sólo un trámite que nos permite pasar del verano al invierno o viceversa. Es también un impass en la vida, un espacio para el recuerdo y los proyectos, para mirar atrás con una nostálgica sonrisa y para decidir, en un momento dado y sin precipitarse ni quedarse corto, rasgar en dos aquella blusa, llevar al ropero esas botas de tacón de aguja con las que acabaremos partiéndonos la crisma, rescatar y modernizar un poco esa chaqueta de piel que tanto nos gustaba y que ahora vuelve a estar de moda e incluso, y si se tercia, salir al balcón con un mechero y prender fuego a ese foulard tan horroroso que nos regaló, allá por los tiempos de Maricastaña, el novio aquél tan pesado que se fue a hacer la mili a Ceuta y a la vuelta, bastante tocado de fumar hachís, decidió irse de misionero a Sierra Leona, desde donde cada año nos sigue mandando una espantosa felicitación de navidad que lleva como posdata un “siempre te amaré”…
#SafeCreative Mina Cb
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