EL CAMINO DE LAS ESTRELLAS
Lleva siglos observando en silencio a peregrinos y curiosos que se acercan hasta ella atraídos por su majestuosidad y su misterio. Es uno más de los resquicios de aquél pasado oscuro e intrigante en el que Jerusalén, Santiago y Roma marcaban los senderos de la cristiandad.
Pero no sólo de religión vive el hombre, y a través de esas sendas legendarias se desplazaron, además de gentes, tradiciones y vocablos, algunos de los cuales siguen aún habitando entre nosotros. La ruta jacobea no es palabra de Dios, ni olor a incienso, ni sones de jaculatoria. El camino de las Estrellas es cultura, es una buena parte de la raigambre sobre la que se asientan nuestros cuerpos en estos días tan modernos y tan acelerados. Por aquellas vías discurrieron pies, carretas, mulas y hasta toneles. Y lujosos carruajes que transportaban a personajes importantes que no querían pasar a mejor vida sin antes haber llegado hasta la tumba del apóstol: gentes de la nobleza y de las curias cuyos pies hollaron esas tierras embarradas y a buen seguro salpicadas de excrementos. Y también, por qué no, que de todo ha de existir en la viña del señor, aquellos senderos tan concurridos fueron refugio y escenario de las andanzas de bandidos, delincuentes y buscavidas varios.
Eran años umbríos donde la religión imponía sus normas a golpe de auto de fe, de hoguera y de mazmorra. Años de penurias y de sombras en los que este país, que siempre ha sido tan pazguato, no quiso sacar partido a toda la riqueza que las culturas vecinas podían aportarle, sino que más bien se limitó a tachar de infieles y paganos a todos aquellos que no comulgaban con las sagradas formas. Pero que fue, sin embargo, capaz de levantar, eso sí, a golpe de impuestos y de expolios, un patrimonio arquitectónico que no para de deslumbrar a todos aquéllos que, como una interminable corriente humana, se nos acercan desde los más lejanos rincones de la Tierra y detienen su paso para contemplar, ensimismados y atónitos, esta pequeña maravilla que se levanta en mitad de la campiña, pétreo e intemporal testigo de una época oscura y fascinante donde los poderosos, en lugar de en los periódicos, publicaban sus mensajes sobre los pétreos capiteles y los impresionantes tímpanos de iglesias y conventos.
#SafeCreative Mina Cb
Imagen de Enrique Muñoz Bordonaba
Iglesia de Santa María de Eunate (Navarra)
Lleva siglos observando en silencio a peregrinos y curiosos que se acercan hasta ella atraídos por su majestuosidad y su misterio. Es uno más de los resquicios de aquél pasado oscuro e intrigante en el que Jerusalén, Santiago y Roma marcaban los senderos de la cristiandad.
Pero no sólo de religión vive el hombre, y a través de esas sendas legendarias se desplazaron, además de gentes, tradiciones y vocablos, algunos de los cuales siguen aún habitando entre nosotros. La ruta jacobea no es palabra de Dios, ni olor a incienso, ni sones de jaculatoria. El camino de las Estrellas es cultura, es una buena parte de la raigambre sobre la que se asientan nuestros cuerpos en estos días tan modernos y tan acelerados. Por aquellas vías discurrieron pies, carretas, mulas y hasta toneles. Y lujosos carruajes que transportaban a personajes importantes que no querían pasar a mejor vida sin antes haber llegado hasta la tumba del apóstol: gentes de la nobleza y de las curias cuyos pies hollaron esas tierras embarradas y a buen seguro salpicadas de excrementos. Y también, por qué no, que de todo ha de existir en la viña del señor, aquellos senderos tan concurridos fueron refugio y escenario de las andanzas de bandidos, delincuentes y buscavidas varios.
Eran años umbríos donde la religión imponía sus normas a golpe de auto de fe, de hoguera y de mazmorra. Años de penurias y de sombras en los que este país, que siempre ha sido tan pazguato, no quiso sacar partido a toda la riqueza que las culturas vecinas podían aportarle, sino que más bien se limitó a tachar de infieles y paganos a todos aquellos que no comulgaban con las sagradas formas. Pero que fue, sin embargo, capaz de levantar, eso sí, a golpe de impuestos y de expolios, un patrimonio arquitectónico que no para de deslumbrar a todos aquéllos que, como una interminable corriente humana, se nos acercan desde los más lejanos rincones de la Tierra y detienen su paso para contemplar, ensimismados y atónitos, esta pequeña maravilla que se levanta en mitad de la campiña, pétreo e intemporal testigo de una época oscura y fascinante donde los poderosos, en lugar de en los periódicos, publicaban sus mensajes sobre los pétreos capiteles y los impresionantes tímpanos de iglesias y conventos.
#SafeCreative Mina Cb
Imagen de Enrique Muñoz Bordonaba
Iglesia de Santa María de Eunate (Navarra)
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