sábado, 8 de mayo de 2021


 

EL DELITO DE LA MUSICA

Hace algo más de un año, cuando se decretó el confinamiento y hasta la liga se paró los descubrimos. Empezaron a manifestarse tímidamente en los balcones, a las ocho, después de los aplausos, y entonces nos dimos cuenta de que los teníamos al lado, en frente, arriba… Tomamos conciencia del nivel que había alcanzado esa niña repelente que de pequeña nos daba la tabarra con el violín o con la flauta dulce. Y esperábamos ansiosos el momento en que salieran a la ventana con su instrumento para demostrarnos que no todo era horror y muerte y que el ser humano, aparte de salvar vidas, también podía crear belleza con sus manos. Y se convirtieron en héroes, como los sanitarios, y hay quienes los grababan y colgaban en Facebook o en Instagram sus actuaciones cada tarde.

Claro que para entonces ya muchos lo sabíamos. No hay que olvidar la batalla que se libró para que el conservatorio siguiera funcionando con cierta dignidad, dando así a la ciudad un buen puñado de músicos de gran talento que a veces se quedaron y otras se tuvieron que marchar. Músicos que no siempre eligen las vías oficiales, tanto parta formarse como para dar después salida a su talento. Y así, y mientras esto ha sido posible, los músicos han utilizado algunos locales públicos para compartir su pasión y sus conocimientos, enriqueciéndose así los unos a los otros y mezclando estilos, con lo que ello supone no sólo a nivel artístico sino también de integración y convivencia. Recuerdo una noche en concreto, hace tres veranos, en que coincidieron en cierta terraza unos gitanos y varios componentes de algunos grupos musicales tudelanos de distinto pelaje y pude ver, emocionada, cómo un chaval pop de veintipocos atendía, casi con devoción, a las indicaciones de un guitarrista de flamenco de esos que no han pisado una academia para después coger el instrumento y, torpemente y muerto de vergüenza, tratar de componer unos acordes. Le siguió en la ronda un melenudo de familia musical, también en la veintena, que hace rock, y luego el incombustible Juani Bones, que lo mismo te cantaba a Sabina que se marcaba un tema de los suyos.

Unas semanas antes, o después, en otro garitro tudelano, el mismo guitarrista flamenco dejó a la clientela muda marcándose una improvisación del “Entre dos aguas” con una guitarra eléctrica y el acompañamiento de un bajista zurdo. Fueron esos años en que podías empalmar un sábado de concierto en concierto (siempre en locales públicos y con músicos de aquí) y luego acabar de guitarreo en la terraza de Kule hasta las once y después de tertulia hasta que se terciara.

Pero lo mejor no era eso: lo mejor es que podías presumir. Que podías traer gente de fuera y llevarlos por ahí para enseñarles el talento que hay en este pueblo. Y decir: “Mira, son amigos míos”. Que podías enorgullecerte de pertenecer a una ciudad que valoraba el arte y la cultura en todas sus vertientes, que no han de ser tan sólo las oficiales. Y que vivías en un barrio hermoso, mestizo, creador y hasta bohemio.

Hace ahora dos años que todo eso acabó. Lo primero fue la suspensión de un concierto programado por un bar de Herrerías, justo después de la victoria de Navarra Suma. Que algunos nos lo veíamos venir. Lo del apagón cultural quiero decir. Y luego el ninguneo de ciertos actos que se habían venido celebrando con anterioridad. Y para terminar el Covid, que junto con una nueva normativa que lleva al límite la aversión por la música en la calle, han convertido en un delito toda manifestación musical que no venga avalada por permisos oficiales.

Una pena.

#SafeCreative Mina Cb 

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