domingo, 21 de marzo de 2021


 

LA VALLA

Son las nueve y cuarto y la noche es heladora. Llevo delante a dos chavales. Menos de veinte ambos. De los que vienen a por la latita de Red Bull o Coca Cola y si te descuidas cuelan algo en el bolsillo al paso por caja. Hay una valla de obra. Que no sé qué demonios pinta pero oye, ahí está. Uno de ellos, rebelde sin causa desde el útero materno, echa la valla al suelo. Sin violencia, suavemente, pero la echa al suelo. Yo le digo: “Oye, perdona, ¿te importaría dejar la valla cono estaba?”. Sé que hay tías que si van solas no se atreven a hacer esto, pero a mí ya me van dando miedo pocas cosas. El chaval se ve pillado, se vuelve, duda y la levanta. “No te ha hecho nada”, le argumento, y sigo mi camino. Unos pasos más adelante escucho el ruido metálico. La ha vuelto a tumbar, como antes, sin violencia. El colega, imagino. No puede plegarse a la voluntad de un adulto si el amigo está presente. Me vuelvo y los miro. No les digo nada, para qué. No por miedo sino porque no tendría sentido. Estos, pienso, son los que van a pagarme la pensión. Los que me limpiarán el culo en el asilo, si es que aún existen los asilos cuando sea vieja y no nos echan a todos por un barranco y nos entierran en cal viva porque seremos muchos y no habrá pasta para mantenernos. Ellos. Los rebeldes. Los de la latita de Red Bull o Coca Cola. Los que se pliegan a los designios de las multinacionales y se acomodan al consumismo sin problemas mientras van desafiando a los adultos que les llaman la atención por tumbar una valla de obra en la vía pública.

Y me pregunto, mientras vuelvo a casa, en qué momento la sociedad en que vivimos llega a hacer que un chaval se tenga por rebelde cuando es, simple y llanamente, gilipollas.

#SafeCreative Mina Cb

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