martes, 23 de marzo de 2021


 

HERENCIA INVERSA

El otro día me salvó el pellejo lo de la herencia inversa.

¿Que qué es la herencia inversa? Pues deberíais saberlo, sobre todo teniendo en cuenta que la mayoría de las que me leéis sois madres de familia. Porque la herencia inversa consiste en heredar pero al revés, esto es, no los hijos de los padres sino los padres de los hijos. Y no a causa de la muerte sino de lo que ahora mismo se llama obsolescencia programada.

Me explico: hace la porra de años quise ser donante de sangre, o sea que fui al banco de sangre y hablé con un señor muy majo que, tras decirme que no podía aceptar mi petición porque no llegaba al peso mínimo de 50 kilos, vaticinó:

“Tú tranquila, que cuando tengas hijos y te comas las sobras que dejen en el plato sólo por no tirarlas te podrás hacer donante”.

Y se quedó tan ancho. Y la verdad es que hasta hoy no me había dado por reflexionar, pero ahora que hago memoria recuerdo que ya entonces, al margen de los lápices raídos, la tortilla de patata churuscada y los filetes de ternera incomestibles, la camisa amarilla que estrené para la boda de mi hermana llevaba años en el armario de mi madre, donde también terminaría la blusa con la que me casé. Y eso por no hablar de toda la cantidad de jerseys que mi hermano dejaba tirados por ahí y que mi padre utilizaba “porque aún valían” mientras que el brother iba siempre a la última. O de los relojes analógicos que les emplumamos en cuanto nos compraron digitales. O de la medalla de mi primera comunión, que mi madre se colgó a cuello en cuanto la descubrió abandonada en un joyero.

Claro que os hablo de los ochenta, cuando los papis venían de la posguerra y nuestros vicios tenían menos coste y más vigencia, porque el paso de las décadas, los avances tecnológicos y la disminución de las dimensiones del abismo intergeneracional han ido haciendo que poco a poco el tema de la herencia inversa vaya actualizándose, y ahora ya no sólo se heredan los ropajes y el atrezzo, sino que la tecnología se ha convertido en el number one del top ten del úsalo tú que a mí ya no me sirve. Aunque al ser objetos, digamos que costosos, los adolescentes que carecen de recursos han de echarle un poco de inventiva, hasta el punto de que, de un tiempo a esta parte, todas mis amigas con hijos en la edad del pavo llevan el mismo modelo de teléfono:

El de la pantalla cuarteada.

La historia, más o menos, viene a ser siempre la misma, o sea, hijo o hija que llega a casa todo atribulado, con el móvil en la mano y jurando que él no ha sido, que ha sido un compañero de pupitre que le ha tirado al suelo el aparato y que mira, snif, esto la garantía no lo cubre. Y luego padre o madre examinando el terminal y arguyendo que bueno, que tampoco es para tanto, que aún funciona, y vástago poniendo morritos de tragedia griega para al final musitar, ahogado en lágrimas, que tras el golpe no le funcionan las aplicaciones fundamentales para el isnti y que total (y ahí pone ojos de carnero degollado), para ese fin el que le vendría muy bien es el que tú te compraste hace unos días, que es supermegamoderno y al fin y al cabo sólo usas el whatsapp, y que sería un despilfarro gastarse otros 800 euros en “ese” que le gusta (te muestra una descasacarillada captura de pantalla que, mira tú por donde, lleva en la galería) y al final tanto insiste que empiezas a bajar la guardia y, para cuando te quieres dar cuenta, lo tienes en el sofá, con los dos aparatos en la mano, transfiriendo sus datos a tu móvil y a la inversa. Tanto es así que (y a eso iba con la frase del principio) el otro día me tropecé en un bar con un chaval muy majo, rollo hippy y muy en mi onda y tal y cuando ya llevábamos un rato hablando y vimos que había feeling, y al hacerle yo un perdida para que guardase mi número, le vi sacar un Iphone de 1.100 pavos con la pantalla reventada, le solté:

“¿Pero no me habías dicho que no tenías hijos?”

Y me largué con viento fresco.

#SafeCreative Mina Cb

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