sábado, 13 de marzo de 2021


 

AGUR, HERRIKO

El cierre de la Herriko, políticas aparte, se va a llevar por delante una buena etapa de la vida de al menos un par de generaciones. Empezaron hace un montón de años en una calle Carnicerías que ni soñaba con lo que hoy es, cuando al Tubo aún le quedaba mecha y los bares de San Jaime ni siquiera estaban en proyecto.

Era la Herriko uno de esos lugares de vanguardia en los que te podías encontrar gente con pinta rara, que es algo que a mí siempre me ha encantado, y en sus inicios no era raro ver tras la barra a Elena, la histórica, una baskogalegadelvalledelroncal, como ella misma se define, que aún hoy, y si la pillas con un par de tragos, te cuenta unas historias fascinantes de aquella Navarra de Capuletos y Montescos. En mi cuadrilla, salvo el tema de la ronda de zuritos (o yo estoy borracho o aquí hay dos puertas, dijo un amiguete de Reinosa que se dejó caer por aquí en aquellos tiempos) no éramos muy de frecuentarla, pero a mí me gustaba, insisto, porque el ambiente era era diferente al del resto de los bares. Y porque en aquellos años un tanto radicales, casi todo el mundo acababa cayendo por allí para echar unos potes por lo menos, que esto es un pueblo y antes están los amigos que las ideas.

No obstante, y fines de semana aparte, la de la Herriko ha sido más bien una clientela fiel, de esas que, pasen los años que pasen, entrabas al bar y parecía como si se hubiera congelado el tiempo: la misma gente con las mismas pintas; los mismos carteles y a veces hasta la misma música. Y algo que me molaba mucho, que era ese rincón donde los clientes dejaban las prendas de vestir que ya no utilizaban para que alguien las aprovechase; que por mucho que algunos los satanicen, los adeptos de la Herriko han sido cualquier cosa menos mala gente. Yo, ya lo he dicho, iba muy poco por allí; se me hacía demasiado izquierdoso y prefería frecuentar otros locales, pero me gustaba entrar de vez en cuando y, sobre todo, pasar por delante de la puerta de Carnicerías y ver a toda aquella diversa fauna echando un rato, sentada en el banco o en torno a la barrica que había ante la puerta. Y más desde que abrieron La Catedral, ese bar vecino que convoca a una parroquia tan distinta. Me encantaba pasar las tardes de los sábados, cuando los clientes de un local casi se mezclaban con los del otro, y se podía apreciar lo distintas que somos las personas.

Este domingo la Herriko cerrará por última vez sus viejas verjas y el banco y la barrica comenzarán a llenarse de polvo en su interior, y toda esa cuadrilla de chicos y chicas de pelo raros y camisetas a rayas dejarán de llenar, con su presencia y con sus voces, ese legendario y pequeño rincón de la ciudad.

#SafeCreative Mina Cb

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