viernes, 5 de febrero de 2021



 UN RAMITO DE BORRAJAS

El otro día me ocurrió algo fascinante:
Un desconocido me ofreció borrajas.

No fue en un bar, ni en mitad de la calle, ni en un concierto. Ni siquiera en el supermercado, después de que se me cayeran los paquetes de macarrones de la bolsa de papel, él se agachase para ayudarme a recogerlos y nuestras miradas se cruzasen de modo insinuante. No: fue algo más prosaico, a la par que bucólico e inusual. O sea que yo no iba con uno de mis vestidos hippies, un par de pendientes largos y una corona de margaritas ciñéndome la frente. Tampoco fue en un recital, que es donde puedo ser más cautivadora, con una dulce música de fondo y el público embelesado y poniéndose hasta las trancas de cerveza. Más bien fue en el campo. Yo iba vestida de poligonera, con un pantalón de choni negro y rosa chicle, la sudadera celeste de un chándal que compré en el hiper allá por el pleistoceno, unas deportivas del Decathlón a las que ya se les ve el relleno desde fuera y un chaleco amarillo como de superviviente del Titánic cuando apareció el mancebo. El hombre. El macho alfa. Acababa de aparcar la furgoneta y al salir me sonrió sin mascarilla y me ofreció: “¿Quieres unas borrajas?”- dijo. Y yo pensé que, de todas las verduras que tiene nuestra huerta, también era mala suerte que me ofreciera precisamente borrajas. Me preguntó si iba hacia casa, detalle este que me dio a entender que, o bien el mozo no era harto sagaz, o bien deseaba entablar conversación, ya que mi trayectoria era inversa al acceso al casco urbano. Aunque también, y teniendo en cuenta el look que me gasto cuando salgo al campo, el chaval podía haber pensado que vivo en un corral, rodeada de patos y gallinas El caso es que yo, que soy una bocachanclas, y quizás para hacerme la mujer de mundo, le dije que la borraja me parece insulsa y ahí es donde una vez más se dio esa apasionante charla que tantas veces he tenido con Emilio en plan de que si no la valoro es porque no la he probado suficiente. Y el caso es que cuando el zagal se despidió de mí para meterse en uno de los huertos yo, que iba sola y un tanto aburrida, empecé a darle vueltas al episodio del ofrecimiento y del “si no la valoras es porque no la has probado suficiente” y otras tórridas imágenes que mi cerebro y el confinamiento se encargaron de traer a colación y lamenté de veras el no haber aceptado las verduras para así tener ocasión de acercarme un poco más al mancebo, profundizar en la discusión y quizá hasta intercambiar nuestros teléfonos. Cierto es que el labriego tenía pinta de tener algún que otro año menos que yo, pero eso da mucho prestigio ante las amigas. Mas no estuve viva y ahora aquí me hallo, preguntándome si no habré dejado escapar al hombre de mi vida mientras gasto batería con el Tinder.

En fin… Que ahora solo me queda la esperanza de que lea estás líneas, sea heterosexual y no tenga pareja.

Que a mí los triángulos amorosos me gustan menos aún que las borrajas.

#SafeCreative Mina Cb
Imagen: Flor de la borraja.

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