viernes, 19 de febrero de 2021


 

REGALOS ENVENENADOS

Hay ocasiones en las que un simple regalo te puede arruinar la vida.

Y eso es precisamente lo que le ha pasado una amiga mía; que el otro día fue su cumpleaños y sus hijos, que viven en el extranjero, le regalaron un ordenador. Que no es que el suyo estuviera para tirarlo pero en fin... iba teniendo sus carencias. Y es por eso que los chavales le apañaron el presente en plan sorpresa: lo encargaron, lo pagaron y a su madre le llegó puntualmente el día de su onomástica en una caja bastante desprovista de glamour, cosa que la hizo sospechar. “Yo no he pedido nada, que no sé comprar por internet”- juraba y perjuraba. Hasta que llamaron al teléfono del cliente, que era su hijo pequeño, el tema se aclaró y mi amiga se encontró con un pepino de cerca de mil pavos que ni sabía conectar, de modo que su retoño le tuvo que apañar un tutorial por videoconferencia, y eso sólo para la conexión a red, que lo del teclado y el ratón, que eran inalámbricos, fue otra aventura con el tema del bluetooth.

El caso: que una vez en marcha el aparato, ella quería escuchar música y utilizar el word y la impresora para sus trabajos de los cursos de la escuela de idiomas. Pero cuando fue a abrir el procesador de texto descubrió que no podía porque era necesario descargar un programa de no sé qué que, al activarlo, te mandaba descargar otro programa de no sé cuantos y así hasta el infinito. Y luego el nuevo aparato no le permitía ni usar la impresora ni que le acoplase sus antiguos altavoces, y la música se oía como si cantase el enano de los Epi y Blas (Epi creo que es).

A lo que voy: que tanto mareó a sus hijos que al final no le cogían el teléfono. De modo que me presenté en su casa, que no es que yo sea una entendida en informática, pero vamos, que para saber más que ella no hace falta mucho. Apañé lo de la impresora llamando a mi sobrino, que es un fiera, pero lo de los altavoces fue más complicado, aunque al final conseguí fabricarle una conexión con el cable de una vieja lámpara y una clavija de un aparato en desuso que tenía por allí. Pero lo del Word no arrancaba ni a cañonazos. Di que para entonces ya llevábamos seis latas de San Miguel y un chupito de Jagger cada una (la culpa fue de las patatas fritas, que dan sed) y, para cuando quisimos reaccionar, ya habíamos embalado el aparato tras vendérselo por Wallapop a un chaval de Ribaforada que en veinte minutos se presentó a por él con 300 euros en la mano.

Así que ahora es mi amiga quien no les coge el teléfono a sus hijos.

#SafeCreative Mina Cb

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