domingo, 7 de febrero de 2021


 

“PUSH UP”

Cada vez voy estando más convencida de que mi reino no es de este mundo. Sobre todo en el terreno indumentario. Creo haber expuesto en varias ocasiones mis dificultades para encontrar vestidos ibicencos o sandalias destalonadas, pero es que ahora, como si los creadores de moda invernal se hubieran puesto en contra mío, a esa lista se han sumando los confortables leotardos.

Me explico:

Llevo años gastando prendas de esas a las que las dependientas que han hecho cursillos llaman “básicas” y que consisten, básicamente y como bien anuncia la definición, en un elemento de abrigo con dos perneras cerradas en los extremos inferiores y una especie de pololo con cinturilla elástica en la parte superior.
Vale. Pues esto, que parece tan simple, ahora mismo es tan difícil de encontrar como un Nokia de los de almeja. Y es que hoy en día lo que se lleva son los leggins, que son unas mallas de gimnasia de las de toda la vida pero más gruesas y brillantes que, además, como suelen ser de lycra reforzada, te comprimen los michelines, haciéndote por tanto más esbelta. Pero como yo soy una antigua el invento no me vale porque no cubre los pies, de modo que al final, y ante la extinción de la prenda de las tiendas para adultos, tuve que recurrir a las socorridas boutiques infantiles, Que te venden unos pantys de hechura púber cuya cinturilla te llega por el sobaco cuando te los pones y se va deslizando hacia abajo cuando echas a andar, de modo que tienes que ir recolocándotelos por debajo de la ropa de continuo, de manera que al final pareces una choni metiéndose en el refajo las latas de Redbul que roba en el súper de su barrio.

A principios del otoño vi en una tienda unos que se ajustaban bastante a mis necesidades pero el precio me pareció desmesurado, así que decidí esperar a ver si bajaban un poquito. Y deben de ser realmente buenos porque no han bajado, pero no me atrevo a comprarlos a riesgo de que luego no me gusten y, lógicamente, al ser prendas íntimas no los pueda devolver. De modo que el otro día visité el establecimiento y me decanté por unos leotardos push up que estaban baratísimos. Normalmente llevo la talla pequeña y esa es la que cogí, asesorada además por la empleada. Mi sorpresa llegó cuando al rato me los fui a poner y no me subían más allá de la rodilla. Como andaba con prisa lo dejé estar y probé de nuevo al otro día, con más calma. Conseguí introducírmelos, no sin dificultad ya que la parte superior del panty es una especie de funda de morcilla en la que el muslo ha de ser embutido trabajosamente. He de reconocer que te afinan las piernas y el culo queda como un melocotón, pero lo cierto es que al principio te sientes un tanto rígida. Yo, que soy de natural optimista, me dije eso de “ya irán cediendo”, pero al cabo de un rato trajinando con ellos por la calle salí a la conclusión de que la que debía de darme era yo misma. O sea que aquello era más sólido que una armadura medieval. Y me invadió el temor de que una vasoconstricción me provocase un trombo, un ictus, un infarto o, en el mejor de los casos, un ramillete de varices, y apenas llegué a casa me los quité con la ayuda de la paleta que utilizo para sacar los corchos de champán que se resisten y los dejé en un rincón del cajón de la lencería.

Tengo intención de guardárselos a mi amiga Maria Eugenia, que colecciona muñecas.

A ver si le sirven para alguna.

#SafeCreative Mina Cb

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