EL MIEDO Y LA LEY DE PROBABILIDADES
Hace unas semanas quedé con un lector para el vermú del domingo. No nos conocíamos, o sea que fue una especie de cita a ciegas a plena luz del día. Cuando, ya unas cervezas más tarde, decidimos levantar el campamento, el tipo me preguntó si me podía acompañar a casa y yo lo miré, perpleja, no por la segunda intención que a otra hora y en otras circunstancias hubiera podido subyacer tras esa invitación, sino por lo insólito de la misma, ya que no estoy yo muy acostumbrada a los galanes que pretenden escoltarme. Tal expresión de extrañeza puse que el chaval me preguntó:
- ¿Qué pasa? ¿A ti no te dejan tus amigos en la puerta de casa?
Yo le comenté que no acostumbro a permitirlo, primero porque no es algo que me agrade, y segundo, porque la probabilidad de que me surja un incidente camino de casa es, a mi juicio, bastante remota. Pero debe de ser este un tema recurrente de la hora del aperitivo porque ayer domingo volvió a salir en otras circunstancias; esta vez hablando de la seguridad o la inseguridad urbana y de la posibilidad de que “te pase algo”, lo mismo cuando transitas por determinadas zonas que cuando, por extensión, te hallas en una situación de cualquier tipo. Que ahí es donde entran en juego o bien el miedo o bien la ley de probabilidades.
Me explico:
Si te da por el miedo pues ya sabes; vas a ponerte en lo peor y vas a estar siempre pendiente de si habré cerrado el grifo antes de salir de vacaciones, de si me perseguirán por un callejón para desvalijarme, de si tendré un accidente con el coche o un sabotaje en el avión.... En fin; que hagas lo que hagas te va a dar la impresión de que corres un riesgo grave e inmediato. Y si no hay indicios de peligro, siempre nos quedan los recursos del Covid o de la muerte súbita. Con lo que la aprensión y la angustia pueden obrar en beneficio de ambos.
Pero si por el contrario tiras de la ley de probabilidades, y a no ser que seas gafe, seguro que te va a ir muchísimo mejor. Y es que, a ver; si llevas veinte años jugando la misma combinación de la primitiva y no te ha tocado un pleno, no entiendo por qué, habiendo en tu ciudad más de 30.000 habitantes, los cacos van a entrar en tu piso precisamente. Que lo mismo lo hacen y así cierran el grifo, y ya sólo tienes que lamentar el robo y te libras de que se te abombe la tarima. O por qué vas a pensar en la galleta con el coche, o en el sabotaje del avión, o en el Covid incluso, aunque para este último vayas teniendo cada vez más papeletas tal y como está la cosa. Pero bueno, a lo que iba; que sería mucha repajolera casualidad que te tocase a ti el atraco. Y mira, que si te va a tocar pues mejor que te pille desprevenido así sólo te acojonas una vez. Porque si te lo esperas, entre la angustia que acumulas durante el tiempo transcurrido hasta que pasa, el estrés que generas en el transcurso del mismo y esa flojera nerviosa que te sobreviene cuando el susto ya ha pasado, vas a estar en un sinvivir eternamente. Porque a ver, imagínate que estás ahí, toda la vida aguardando al quinqui con la navaja y la pistola y al final no llega. Y ya en el lecho de muerte, le dices a tu hijo que entre a la habitación con el cuchillo jamonero y una venda en la cara para irte atracado al otro mundo. Y tu hijo, claro, te dice que ni hablar de la peluca, que una cosa son las últimas voluntades y otra que le dejes un trauma de terapeuta de 200 pavos la sesión. Y te vas con la frustración al otro mundo.
Y todo por haberle hecho más caso al miedo que a la ley de probabilidades.
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