UNA VOLL DAMM BIEN FRÍA
Odiaba con todas sus fuerzas esos agotadores cursillos de verano, varias horas encerrada en una sala con una pandilla de jóvenes ejecutivos que creían saberlo todo de la vida porque con menos de 30 años llevaban la... patilla de unas Rayban asomando por la chaqueta y las llaves de un Audi en el bolsillo. La ponían enferma, sobre todo cuando intentaban darle lecciones de gestión de ventas… A ella, que llevaba currando en eso toda la puñetera vida y que, estudios e intuición aparte, había aprendido casi todo lo que sabía a base de pegarse batacazos. Y de pasarse todos los veranos de sus años de carrera yendo de puerta en puerta para vender seguros, aspiradores, cosméticos… De todo.
Y todo para que a sus casi cincuenta castañas (muy bien llevadas, por cierto, a tenor de su éxito con el sexo opuesto) un niñato recién contratado como becario le insinuara en público que quizá era demasiado mayor como para continuar en activo en un negocio “tan dinámico”. Ella lo puso en su sitio, eso sí, en privado, y el muy gilipollas tuvo al desfachatez de insinuársele.
En resumen… que necesitaba algo fuerte.
El calor del atardecer sevillano era insoportable, y le llamó la atención un cartel en la fachada de un bar. El establecimiento tenía una terracita muy coqueta, con sillas de mimbre con cojines y ventiladores de los que pulverizan agua, de modo que buscó un rincón tranquilo, se sentó y sacó del bolso una revista.
- ¿Qué va a tomar la señora?”
- Una Voll Damm. De tercio- especificó- Y bien fría.
- Perdone mi atrevimiento- le apuntó el camarero, un hombre de unos 60 años, educado, conocedor sin duda de su oficio, tanto por la elegancia con que paseaba la bandeja como por la corrección con que se dirigía a los clientes- Pero si me lo permite, ya que parecen gustarle a usted las cervezas fuertes, tenemos una alemana nueva, excelente. Se sirve en formato de medio litro y su precio es inferior al de la que usted me pide.
Ella agradeció la sugerencia pero insistió en su petición.
El camarero reapareció al cabo de un par de minutos.
- Lo siento muchísimo, señora. No nos queda ni una en la cámara. Todas están calientes. Pero puedo ofrecerle a usted lo que desee. La casa invita”
- Se lo agradezco muchísimo- respondió ella- pero quiero esa marca.
- Hay un bar aquí cerca. Somos amigos y a veces nos prestamos mercancía. Tienen la cerveza que usted me pide pero la terraza está a pleno sol. Si a usted no le importa esperar, me puedo acercar, le traigo una y se la bebe usted aquí.
Ella se sintió un tanto cohibida, pero tanto insistió el hombre que al final aceptó. Continuó con su lectura hasta la llegada del amable camarero, que escanció el dorado y tentador líquido en una jarra helada. Se lo agradeció con la mejor de sus sonrisas y le pidió la cuenta, dispuesta a darle una buena propina.
¡Una Voll Damm bien fría en un lugar como aquél, a los pies de la Giralda…! Si el cielo existe, tiene que parecerse a esto, pensó, mirando la silueta de la torre dibujada en la luz del atardecer sevillano
Se disponía a darle el primer sorbo cuando el camarero se acercó: “Perdone, señora. Está usted invitada. Aquel caballero ha pagado su cerveza”
Había reparado en el tipo nada más sentarse: un fulano con camiseta Custo y unas pintas de fantasma que te rilas que le sonreía, haciéndole un guiño. El muy gilipollas. Se levantó con la jarra en la mano, dispuesta a renunciar al placer de tomársela con tal de descargar su ira acumulada durante horas de soportar estupideces sobre la cabeza de ese payaso. El hombre debió de adivinar sus intenciones, porque al verla aproximarse, rauda y furibunda, se echó la mano a la cartera, dejó un papel sobre la mesa y salió huyendo.
Era una tarjeta de visita:
Pablo López
Jefe de ventas de cervezas Voll Damm
#SafeCreative Mina Cb
Odiaba con todas sus fuerzas esos agotadores cursillos de verano, varias horas encerrada en una sala con una pandilla de jóvenes ejecutivos que creían saberlo todo de la vida porque con menos de 30 años llevaban la... patilla de unas Rayban asomando por la chaqueta y las llaves de un Audi en el bolsillo. La ponían enferma, sobre todo cuando intentaban darle lecciones de gestión de ventas… A ella, que llevaba currando en eso toda la puñetera vida y que, estudios e intuición aparte, había aprendido casi todo lo que sabía a base de pegarse batacazos. Y de pasarse todos los veranos de sus años de carrera yendo de puerta en puerta para vender seguros, aspiradores, cosméticos… De todo.
Y todo para que a sus casi cincuenta castañas (muy bien llevadas, por cierto, a tenor de su éxito con el sexo opuesto) un niñato recién contratado como becario le insinuara en público que quizá era demasiado mayor como para continuar en activo en un negocio “tan dinámico”. Ella lo puso en su sitio, eso sí, en privado, y el muy gilipollas tuvo al desfachatez de insinuársele.
En resumen… que necesitaba algo fuerte.
El calor del atardecer sevillano era insoportable, y le llamó la atención un cartel en la fachada de un bar. El establecimiento tenía una terracita muy coqueta, con sillas de mimbre con cojines y ventiladores de los que pulverizan agua, de modo que buscó un rincón tranquilo, se sentó y sacó del bolso una revista.
- ¿Qué va a tomar la señora?”
- Una Voll Damm. De tercio- especificó- Y bien fría.
- Perdone mi atrevimiento- le apuntó el camarero, un hombre de unos 60 años, educado, conocedor sin duda de su oficio, tanto por la elegancia con que paseaba la bandeja como por la corrección con que se dirigía a los clientes- Pero si me lo permite, ya que parecen gustarle a usted las cervezas fuertes, tenemos una alemana nueva, excelente. Se sirve en formato de medio litro y su precio es inferior al de la que usted me pide.
Ella agradeció la sugerencia pero insistió en su petición.
El camarero reapareció al cabo de un par de minutos.
- Lo siento muchísimo, señora. No nos queda ni una en la cámara. Todas están calientes. Pero puedo ofrecerle a usted lo que desee. La casa invita”
- Se lo agradezco muchísimo- respondió ella- pero quiero esa marca.
- Hay un bar aquí cerca. Somos amigos y a veces nos prestamos mercancía. Tienen la cerveza que usted me pide pero la terraza está a pleno sol. Si a usted no le importa esperar, me puedo acercar, le traigo una y se la bebe usted aquí.
Ella se sintió un tanto cohibida, pero tanto insistió el hombre que al final aceptó. Continuó con su lectura hasta la llegada del amable camarero, que escanció el dorado y tentador líquido en una jarra helada. Se lo agradeció con la mejor de sus sonrisas y le pidió la cuenta, dispuesta a darle una buena propina.
¡Una Voll Damm bien fría en un lugar como aquél, a los pies de la Giralda…! Si el cielo existe, tiene que parecerse a esto, pensó, mirando la silueta de la torre dibujada en la luz del atardecer sevillano
Se disponía a darle el primer sorbo cuando el camarero se acercó: “Perdone, señora. Está usted invitada. Aquel caballero ha pagado su cerveza”
Había reparado en el tipo nada más sentarse: un fulano con camiseta Custo y unas pintas de fantasma que te rilas que le sonreía, haciéndole un guiño. El muy gilipollas. Se levantó con la jarra en la mano, dispuesta a renunciar al placer de tomársela con tal de descargar su ira acumulada durante horas de soportar estupideces sobre la cabeza de ese payaso. El hombre debió de adivinar sus intenciones, porque al verla aproximarse, rauda y furibunda, se echó la mano a la cartera, dejó un papel sobre la mesa y salió huyendo.
Era una tarjeta de visita:
Pablo López
Jefe de ventas de cervezas Voll Damm
#SafeCreative Mina Cb
Muy cerca de allí una holandesa rubia, más que fresca, se preguntaba ¿qué tendrá esa que no tenga yo? Un abrazo desde mi mejana
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