lunes, 9 de junio de 2014



EN EL RINCÓN

Lloraba desconsoladamente, la cara oculta entre las manos, la cabeza ladeada y apoyada contra la pared, como escondida en aquel rincón pero aún así a la vista de todo el mundo. Lloraba y a continuación cesaba de hacerlo, separ...aba las palmas del rostro y dejaba ver la mirada perdida, difuminada acaso, los ojos como de muñeca, inmóviles, duros, ausentes y fijos en ninguna parte. Ojos sin rumbo y sin lectura posible, agotados de verter torrentes de lágrimas para después secarse y al poco recomenzar, como esas fuentes de circuito subterráneo que van expulsando una y otra vez el mismo agua por el surtidor.
Nadie la miraba, tal vez por vergüenza, por esa estúpida norma de urbanidad que nos prohíbe preocuparnos por los desconocidos por miedo a que nos digan que nos metemos donde no nos llaman. Por eso o porque era una más de entre todas las patologías cerebrales incomprensibles para el mundo de la ciencia y porque, al fin y al cabo, llorar no es como arrancarse los cabellos o darse golpes contra la pared, comportamientos autodestructivos para los que los facultativos establecen un remedio en cuanto los detectan porque causan lesiones en el cuerpo.
Cuando volví a pasar la anciana lloraba de nuevo, embozada, sola en su rincón. Y me pregunté cuántos dolores y tristezas habría bajo aquel intermitente llanto que tanto la acongojaba. Pensé quizás en un amor que no pudo ser, en un hijo muerto, en una vida de congojas al lado de un hombre cruel y autoritario; en un rosario interminable de décadas atada al silencio y al dolor que sólo ahora, perdida en su locura, podía aliviar por medio de las lágrimas.

#SafeCreative Mina Cb

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