SARAJEVO. 1914
No creo que nadie sea lo bastante importante como para desencadenar una guerra. Simplemente, en cualquier momento y en cualquier lugar la mecha del descontento prende, el reguero se incendia y la explosión se produce.
Sucedió hace cien años. En Sarajevo, qué casualidad. Una guerra. Pero no una guerra cualquiera. No. Una guerra lo suficientemente importante como para que los historiadores decidieran llamarla la gran guerra. Porque estaban todos los listos, los p...oderosos, los que mueven el cotarro. Porque fue la primera vez que a algunos se les vio el plumero. Y porque la tecnología permitió alcanzar la cifra de nueve millones de muertos en tan sólo cuatro años. Claro que el nombre de gran guerra hubo de ser remplazado rápidamente por el de primera guerra, porque poco tardó el conflicto en desatarse de nuevo, ésta vez en Polonia. Y aquí fue donde la crueldad y la demencia humanas nos mostraron su cara más repugnante. Tal fue le virulencia de la contienda, tal la vergüenza que sintieron todos los europeos ante el descubrimiento de los campos de exterminio nazis, tal la crudeza de los testimonios de los supervivientes, que se tomaron medidas para que algo así no sucediera nunca más…
En Europa.
Porque los genocidios, las vejaciones, las largas colas de refugiados que abandonan sus hogares con lo puesto, las imágenes de montañas de cuerpos calcinados, las noticias de ataques indiscriminados a mercados, las irrupciones de tanques que arrasan plazas públicas, llevándose por delante todo lo que encuentran a su paso, nos siguen cayendo en el plato cada día, mientras trinchamos el filete o llenamos el vaso de vino con gaseosa.
Pero no nos afectan. Porque pasan en Siria, o en Somalia, o en China. Y todo aquello está muy lejos. Por eso seguimos a lo nuestro, el filete y el cuchillo, pensando que vaya pobre gente, que vaya mala suerte, y que menos mal que nosotros aquí estamos seguros, con estos gobernantes tan civilizados que no nos lanzan bombas aunque, eso sí, nos sigan asfixiando poco a poco con sus crisis generadas por ellos mismos para desestabilizar los mercados y así poder esclavizarnos, y hacernos bailar al son que les convenga, y mantenernos quietos y callados, el drama siempre presente en la pantalla, amenazador e ilustrativo, útil y didáctico. Para que nunca se nos olvide que podría ser peor.
Cien años hoy. Y no hemos aprendido nada.
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